jueves, 18 de diciembre de 2008

Los ríos profundos de José María Arguedas

Título: Los ríos profundos
Autor: José María Arguedas
País: Perú
Año de publicación: 1958
Idioma original: EspañolTítulo
original: Los ríos profundosPáginas: 318

Comentario: Entre la literatura de la costa y la de la sierra, contemporáneo al boom latinoamericano pero sin formar parte de éste, considerado por algunos máximo exponente de la novela indigenista del siglo XX, José María Arguedas se destaca como un escritor tan valioso como atípico. Fue autor de diversas novelas, así como científico social (antropólogo), traductor de quechua y estudioso de la cultura y el folklore peruanos. Influyó y fue homenajeado en varios textos por otro exponente de la literatura peruana que es Mario Vargas Llosa.

En Los ríos profundos, Arguedas utiliza la literatura como medio de denuncia, para exponer en toda su crudeza las atrocidades que viven los desprotegidos campesinos peruanos, la clase más baja y desprestigiada, a la que se discrimina tanto por su origen como por su lengua. Si bien esta novela está escrita en español, Arguedas incorpora diversos vocablos del quechua, que le dan autenticidad a los diálogos. Al final del libro hay un glosario con los términos utilizados.

A través de una narración lineal y directa, Arguedas da cuenta de la explotación, la miseria, la brecha insalvable entre dos mundos.
El protagonista de la novela es Ernesto, un muchacho del cual ignoramos gran parte de su pasado (incluso su apellido). Huérfano de madre, ha sido abandonado por su padre en un colegio de curas. Los ríos profundos es por lo tanto una experiencia de aprendizaje, de autodescubrimiento y de duelo. Ernesto está entre dos mundos: no sabemos si es o no indio, aunque sí que ha vivido con ellos. Sus compañeros lo estigmatizan, pero a la vez el colegio intenta inscribirlo en una cultura católica e hipana. Y la lección que Ernesto terminará aprendiendo, a los golpes, será la de la soledad y el destierro.

Arguedas describe la realidad peruana de su tiempo con ojo crítico, en una historia sencilla, despojada y, sobre todo, muy triste. Así vivió también su autor, al punto de quitarse la vida en 1969.

Mariana para Blog de Libros

PEDIDO. Vallejo y su amada

El poeta descansaría junto a Georgette

UNA INICIATIVA ENCABEZADA POR EL ARTISTA FERNANDO DE SZYSZLO Y EL INVESTIGADOR MIGUEL PACHAS BUSCA ENTERRAR LOS RESTOS DE GEORGETTE JUNTO A LOS DE CÉSAR VALLEJO EN PARÍS"

En los próximos días la Embajada de Francia tendrá en sus manos, más que un pedido, un clamor: una carta en la que se pide al país galo que permita enterrar los restos de Georgette Philippart, la esposa de César Vallejo, junto a los del poeta en el cementerio parisino de Montparnasse.

Esta iniciativa, que partió del pintor Fernando de Szyszlo y del investigador Miguel Pachas, estará acompañada por una solicitud sobre la posibilidad de repatriar los restos del vate peruano.
"Este es el primer paso que estamos haciendo en estos días", afirma Pachas, quien ha publicado el libro "Georgette Vallejo, al fin de la batalla". Recordó que en enero pasado se cumplió el primer centenario del nacimiento de la esposa del autor de "Trilce".

Vallejo, quien murió en París en 1938 y fue enterrado en el cementerio de Montrouge, fue luego trasladado por iniciativa de su viuda a Montparnasse, donde su tumba, muy cercana al sepulcro de Baudelaire, es una de las más visitadas.

"Mientras más personas intervengan en esta petición sería mucho mejor", dijo Pachas y agregó que lograr reunir sus restos con los del poeta sería una forma de reivindicar la memoria de Georgette.

LA LABOR DE EDITORA

Pachas recordó que Georgette rescató los originales de las obras de su marido, abandonados en la Embajada del Perú en París, durante los bombardeos de los alemanes en la Segunda Guerra Mundial.

"El mejor reconocimiento que le podría hacer el Estado Peruano a esta gran mujer sería buscar fórmulas para llevarla a Montparnasse en París", señaló.

Georgette Philippart, quien murió en 1984, fue sepultada en el cementerio de La Planicie de Lima, aunque sus admiradores peruanos consideran que debería descansar junto al hombre que amó desde los 17 años y cuya obra preservó y difundió a lo largo de su vida.

Ella, que quedó viuda a los 30, llegó al Perú en 1951 para defender la integridad de la obra de su esposo a toda costa. Esta posición asumida le granjeó la enemistad de muchos estudiosos y especialistas.

"No solo cumplió una labor de editora, sino también de una persona que defendió la pureza de la obra", confirmó Pachas.

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PRESENTACIÓN. "El viaje del elefante"
La travesía de Salomón por Europa


EL PORTUGUÉS JOSÉ SARAMAGO, PREMIO NOBEL DE LITERATURA, IRONIZA EN UNA GRAN FÁBULA SOBRE LAS CONTRADICCIONES DEL SER HUMANO Y SU RELACIÓN CON LOS MÁS INDEFENSOS"


Por Yolanda Vaccaro. Corresponsal

MADRID. La condición humana es el eje sobre el cual gira "El viaje del elefante", la reciente novela de José Saramago, premio Nobel de Literatura 1998, presentada ayer en la Casa de América de la capital española.

La novela, definida por el escritor portugués como "un cuento extenso", narra el viaje de Salomón, un elefante indio, a través de media Europa. En los silencios del elefante se puede comprobar que el ser humano no ha cambiado desde los tiempos en los que el viaje, que fue real, tuvo lugar. Salomón debe soportar una serie de inclemencias meteorológicas pero, sobre todo, los caprichos y las contradicciones del ser humano.

Saramago aclaró que no se trata de una novela histórica, a pesar de partir de una historia real del siglo XVI: el regalo de un elefante asiático por parte del rey portugués Juan III a su primo, el archiduque Maximiliano de Austria. "Los datos históricos son escasísimos", dijo. Y agregó: "Por eso el libro está lleno de imaginación, de invención constante, para poder mantener la atención del lector sobre un viaje que seguramente fue monótono".

Eso sí, hay episodios que ocurrieron en realidad, como el caso de una niña de 5 años que se desprendió de los brazos de su madre y corrió hacia el elefante. "Cundió el pánico, todos creían que moriría aplastada, pero el elefante la agarró con la trompa y la levantó en el aire con gesto triunfal... si no hubiera ocurrido, no habría escrito jamás esto, ya que habría parecido irreal", indicó.

El autor resaltó que toda la novela se justifica únicamente por el final, cuando el elefante muere y sus patas delanteras son cortadas y utilizadas para confeccionar un recipiente para colocar paraguas y bastones. Ante semejante revelación ante la prensa, Amaya Elezcano, editora de Alfaguara, acotó que Saramago es el único autor al que se le permite develar el final de sus obras.

EL SUSTO DE LA ENFERMEDAD

La novela fue escrita en dos tiempos debido a una grave enfermedad respiratoria que obligó al escritor a ingresar a un hospital. "Estoy seguro de que la enfermedad influyó en la escritura de la obra, pero no se nota" afirmó. El premio Nobel comentó que para su esposa y traductora, Pilar del Río, la novela puede haber marcado una especie de punto de inflexión, ya que --dijo-- sobrevivió a la citada enfermedad, aun cuando muchos creyeron que era el final.

José Saramago nació en 1922, en Azinhaga, Portugal. En 1998 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura. A los 86 años se muestra lúcido y tal vez precisamente por ello deja entrever que esta puede ser su última obra. Dios quiera que no.

El Comercio

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El hombre ilustrado de Ray Bradbury

Título: El hombre ilustrado
Autor: Ray Bradbury
País: Estados Unidos
Año de publicación: 1951
Idioma original: Inglés
Título original: The Illustrated Man
Páginas: 269
ISBN: 950-547-088-6
Web:Reseña con breve resumen de cada una de las historias.

Ray Bradbury, famoso autor norteamericano de ciencia ficción, se caracteriza por sus argumentos poéticos y reflexivos, que casi siempre contienen una crítica a la sociedad de su tiempo. De hecho, el propio Bradbury sostiene que él no escribe ciencia ficción sino fantasía, con la excepción de su novela Fahrenheit 451. A lo largo de su carrera, ha recibido numerosos premios y reconocimientos. El hombre ilustrado es uno de sus libros más famosos, y posiblemente donde más despliega su personalidad de escritor.El protagonista es el hombre ilustrado que le da el título al libro, o mejor dicho, sus ilustraciones: una serie de imágenes que lo cubre de pies a cabeza, y que no son tatuajes porque poseen la cualidad de moverse por las noches, contando una historia distinta cada una. Por ello, este libro no es una novela, sino que se trata de una serie de relatos enmarcados. Un narrador testigo observa la piel del hombre ilustrado, ve animarse a las ilustraciones y cuenta las historias que allí se le revelan: historias de un futuro por venir, la causa de que muchos huyan del hombre ilustrado, ya que le temen a lo desconocido y al tiempo por llegar que guarda, entre otras cosas, nuestra propia muerte.Algunos relatos recrean la vida en la Tierra en un futuro que Bradbury imagina cercano: las maravillas de la tecnología, los viajes espaciales, conviven con los viejos conflictos de la segregación racial, la soledad del individuo y la incomunicación en la familia, ya sea entre los integrantes de la pareja, ya sea entre padres e hijos. Por ello, muchos de los cuentos de este libro pueden leerse tanto de manera literal como metafórica.

Opinión personal: Probablemente uno de los mejores libros de Ray Bradbury. A lo largo de todos estos relatos, el autor combina con maestría sus dotes para la palabra con originales argumentos de ciencia ficción, que a su vez no dejan de ser poéticos.

Mariana para Blog de Libros

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Un lugar llamado Oreja de Perro

Crítica literaria de Javier Fernández de Castro

Iván Thays

Anagrama
Es una novela triste y que transcurre en un lugar oficialmente llamado Oreja de Perro, un diminuto y perdido caserío que, siempre oficialmente, pertenece al distrito de Chungui, en el departamento de Ayacucho, Perú. Sin embargo, y digan lo que digan los registros catastrales oficiales, el lector sabe reconocer de inmediato que ha sido conducido mediante engaños (o al menos utilizando como señuelo esa denominación de origen tan sugerente y singular) a uno de los confines más extremos del mundo. El cual, encima, ha sido erigido tan arriba en las montañas que sus visitantes padecen invariablemente el temido soroche, con sus inevitables y asquerosas secuelas.

Sería de plena justicia que los locales, ante las quejas de los recién llegados por las molestias físicas, la falta de comodidades e incluso de una mínima oferta de ocio, preguntasen a su vez: y quién se le ocurre venir a un lugar como Oreja de Perro.

Pero no hay queja porque, dentro de su homogeneidad (me refiero a que se trata de un estado del alma asumido, cotidiano y que afecta a todos por igual, sin altibajos) en la tristeza de Oreja de Perro no hay lamento. Porque éste, el lamento, es propio de quien ha perdido algo y nota su falta, o de quien vislumbraba una promesa de futuro y ha visto cerrarse esa puerta. Como si dijéramos, la queja es propia de quien sufre una irrupción de la realidad que marca un antes y un después, casi siempre para peor. Y de ahí la protesta, el lamento.

Pero qué novedad les cabe, y por lo tanto de qué van a quejarse los habitantes de un puñado de casas perdidas en uno de los confines del mundo y que desde hace veinte años, o sea desde toda la vida, han sido víctimas de la violencia imbécil, indiscriminada, alternada y bestial por parte de las guerrillas, el ejército y los paramilitares con sus respectivos regueros de muertes, torturas, violaciones y desapariciones cuyo fin parecen ser las (también respectivas) fosas comunes en las que los cadáveres son despedazados a bombazos para evitar una identificación posterior.

La cual es una práctica tan cruel como inútil porque el ser humano, qué menos, si no justicia, si no le son dados sus derechos fundamentales, aspira al menos a enterrar a sus muertos. Y contra esa voluntad ancestral no bastan las fosas comunes ni la identidad borrada a bombazos. La memoria, lenta, callada y tenaz -lo supieron en su día los militares argentinos y chilenos, acabarán por saberlo las autoridades religiosas españolas que tanto se oponen a dar sepultura a los muertos de hace más de setenta años-, continuará exigiendo concederles la paz a sus caídos.

Contra ese fondo, en semejante escenario, un capitalino que viene con su propia memoria a cuestas, trata sin demasiado éxito de implicarse en los trabajos que la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, aquella iniciativa puesta en marcha por el presidente Toledo y que se llevó a cabo con resultados dispares. El tiempo narrativo trascurre mientras los miembros de la Comisión tratan de cerrar definitivamente veinte años, toda una vida, de crueldad y de olvido. Y al tiempo de tratar de poner en orden a su propia memoria, al capitalino trasplantado a ese confín del mundo le van saliendo al paso nuevos sucesos que se suman a los pasados, propios y ajenos, para configurarle un futuro tan incierto como no deseado. Un matrimonio con quien no debía, los agravios de antes y después de la separación, la tragedia irreparable de un niño muerto mientras todos dormían o las inoportunas llamadas de la vida para que se reincorpore ya a su devenir son como una barrera que una conciencia doliente opone a los horrores que irán saliendo junto con los cuerpos (esos perros famélicos desenterrando cadáveres para saciar su hambre) y las muestras de indiferencia, cansancio o cinismo que aquellos sucesos suscitan hoy. La vuelta a casa, la recuperación del horror cotidiano o las nuevas vejaciones, propias de toda ruptura matrimonial, no significan de hecho un cambio notorio en esa tristeza infinita que recorre esta novela desde su primera a la última página.

Nota extemporánea: la novela, fuera ya del ámbito estrictamente literario, le ha cabido un inesperado final feliz, puesto que mereció el honor de ser señalada como novela finalista del Premio Herralde. Y ya se sabe que, en ese premio, cuando el jurado da a conocer una circunstancia así está diciendo que al final de las votaciones se produjo un empate y que cualquiera de las dos, la finalmente ganadora y la finalista podrían haberse llevado el premio. Y que le cayó en suerte a la otra. Pero después de una convivencia tan intensa como la que tiene lugar en Oreja de Perro, un reconocimiento así suena a victoria. Por fin.
Ficheros asociados:
· Principio del libro en PDF
[Publicado el 27/11/2008 a las 11:11]

jueves, 27 de noviembre de 2008

WÁSHINGTON DELGADO

Al maestro poeta, con cariño

EL ESCRITOR JORGE ESLAVA RECOGE TODA LA PRODUCCIÓN DEL DESAPARECIDO POETA DE LA GENERACIÓN DEL 50 POESÍA, CUENTOS, ENSAYOS Y OBRA PERIODÍSTICA COMPONEN VALIOSO LOGRO EDITOR DE LA UNIVERSIDAD DE LIMA"


Por Enrique Planas

Lo recordaron irónico, escéptico, pesimista, extraordinario conversador, desordenado con sus papeles. Fue una ceremonia emotiva y memoriosa la celebrada la noche del martes en el auditorio W de la Universidad de Lima, donde se presentó la obra completa del poeta Wáshington Delgado (Cusco, 1927-Lima, 2003), cuatro tomos reunidos y revisados con devoción y acuciosidad por el escritor y uno de sus más aprovechados alumnos, Jorge Eslava.

Como anotó en la presentación el poeta Carlos López Degregori, dentro de las voces de la Generación del 50, la de Wáshington Delgado va ubicándose en un lugar central. "Su obra discurre por muchos caminos. Es un poeta fundamental, un narrador interesante, un brillante ensayista. Delgado encarna el espíritu humanista de su generación", señala.

También en la mesa de presentadores, Antonio Cisneros evitó mayores disertaciones doctas y prefirió compartir sus recuerdos llenos de anécdotas vividas en común: "La primera vez que vi a Wáshington fue en abril de 1960, en el patio de Letras de la Universidad Católica, en la plaza Francia. El profesor del curso era Jorge Puccinelli (también presente en la mesa) y Wáshington era su asistente de cátedra --comentó--. Y Wáshington nos dictó una clase sobre Vallejo. Parecía una charla más que un curso. Él encarnaba la negación de la imagen acartonada de un académico. Para él no había lectura por obligación, sino por placer. Para él la literatura era un acto hedonista", señaló Cisneros.

A su turno, la también poeta y estudiosa Ana María Gazzolo enfocó su reflexión sobre lo que significa leer ahora al desaparecido escritor. "En la obra de Delgado hallamos una visión ajustada a lo minúsculo, a lo cotidiano, a lo interior, así como a las amplias dimensiones de lo social. Su voz habla en varios tonos: el intimista, el reflexivo, el irónico y el de denuncia. Su obra está enmarcada en una época y enlazada además con una tradición española, culta y popular, de la que provienen formas estróficas, musicalidad, ritmos y motivos de la poesía del Siglo de Oro, del modernismo y de la Generación del 27, además de la incuestionable huella de Vallejo", señaló Gazzolo, para quien Delgado sintetiza las dos vertientes que a mediados del siglo XX parecían contrapuestas: la "poesía pura" y la "poesía social".

Por su parte, el ensayista e investigador Camilo Fernández apuntó cómo la obra de Delgado nos revela también una irónica y a veces pesimista lectura de nuestro pasado histórico. Recordó, además, su faceta de profesor universitario: "Cuando hablaba, no solo había el hedonismo de quien paladea en clases un verso de Pedro Salinas. Había también una suerte de identificación personal. Hablar de literatura significaba para él hacer literatura", añadió.

CUATRO TOMOS

El corazón es fuego

Con estudio preliminar y notas de Jorge Eslava, el volumen reúne toda la poesía: Desde los siete poemarios de "Un mundo dividido" (1970) hasta últimos inéditos del autor.

Monólogo del habitante

Un manojo de cuentos y una enorme producción periodística, entre reseñas, artículos, crónicas y columnas publicados desde 1950.

Oficio y conducta

Dedicado a sus estudios sobre literatura española y peruana (colonial y republicana), incluye sus tesis de bachillerato y doctorado por la UNMSM, entre otros estudios académicos.

Para vivir mañana

Reúne sus ensayos y conferencias. Desde clásicos como Lope de Vega o Cervantes hasta autores como Ciro Alegría o Julio Ramón Ribeyro.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

ENTREVISTA: ENTREVISTA - JOSÉ SARAMAGO

"No me hablen de la muerte porque ya la conozco"

MANUEL RIVAS 23/11/2008

Acaba de cumplir 86 años. El lenguaje le ha salvado. Escribió su última novela nada más sentir la cercanía de la muerte. Sigue siendo un escéptico, pero se encuentra pleno de serenidad.

José Saramago siempre fue algo más que un escritor. "Un aprendiz", sería su respuesta. Así se presentó ante la Academia Sueca cuando recogió el Premio Nobel de Literatura, el primero concedido a un autor portugués, hace ahora 10 años. "Un maestro, el maestro", puntualizaría el crítico más exigente del universo, Harold Bloom. Para el autor de El canon occidental, Saramago, que este noviembre ha cumplido 86 años, es "el novelista vivo más talentoso del mundo" y "uno de los últimos titanes". Como un titán ha escrito su último libro, El viaje del elefante (Alfaguara). Un triunfo del lenguaje, la imaginación y el humor, arrancado literalmente a la muerte.

José Saramago
Nacimiento: 1922
Lugar: (Azinhaga)

Capítulo I

Observaré lo que sucedió con el silencio con que las raíces de las plantas agujerean la tierra

(Mongane Wally Serote)

Un día de las navidades de 2007, José Saramago se fijó en sus ojos. Eran enormes. Se habían expandido como círculos concéntricos en su rostro. Y los ojos lo miraban a él. Con extrañeza. Con curiosidad. Con asombro. Parecían decirle: "Así que sigues por aquí, todavía aquí".

No es un episodio de El hombre duplicado (2002), una de sus novelas. Pero durante un tiempo sí que había un doble, otro Saramago, testigo de su lucha por salir con vida. El doble era un tipo sereno. Le corrigió. No, no han sido los ojos los que han crecido. Es la carne, la musculatura que ha desaparecido. Por eso con tu piel ocurre lo que con las momias, que se ha replegado y se ciñe a los huesos. Es eso lo que agranda los ojos. Siguen siendo lo que eran, pero el entorno ha cambiado. El doble lo conocía bien. Iba a añadir: son como astros resplandecientes en la ruina. Pero se atuvo al estilo más conciso, poético, sí, pero menos barroco del Saramago que volvió a abanear la narrativa contemporánea, no sólo la portuguesa, cuando publicó Ensayo sobre la ceguera (1995). La primera revolución en la forma de narrar había sido en 1980 con Levantado do chão (Levantado del suelo).

-Has perdido 20 kilos, Zé. Siempre has sido delgado, enjuto. Como el abuelo Jerónimo. Pero 20 kilos son muchos kilos. Mides 1,80. Tenías 71 kilos y ahora tienes 51. Piensa en las manzanas asadas. Y en lo que dijo Josefa.

El doble lo sabía todo. Sabía que el abuelo Jerónimo Merlinho, el de la aldea natal de Azinhaga, el marido de Josefa Caixinha, se había despedido de la vida abrazando cada uno de los árboles de la huerta. Jerónimo, el que enseñó al nieto a contar historias durmiendo en el verano bajo la higuera, será recordado como un clásico en toda la historia de los discursos de entrega de los Nobel. Así comenzó la intervención de Saramago: "El hombre más sabio que conocí en toda mi vida no sabía leer ni escribir". Sí, el doble lo conocía bien. ¿Qué había dicho Josefa? "El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir".

José llevaba tiempo, unos años ya, con malestar físico. Un hipo interminable lo había debilitado. Pero lo ayudaban mucho las manzanas asadas. No había dejado de escribir como un titán. Ni de moverse por el mundo denunciando la globalización como "un nuevo totalitarismo" o con su cita preferida, la de La sagrada familia (la de Karl Marx): "Si el hombre es formado por las circunstancias, entonces es necesario formar las circunstancias humanamente". Las cosas de Saramago, decían los cínicos. En 2005 había escrito Las intermitencias de la muerte. No era tampoco una abstracción. La muerte era una presencia física, tangible. "Uno es creador de sus personajes", había escrito, "y al mismo tiempo, criatura de ellos". El personaje de la muerte pasó de lo invisible a lo visible. No era un juego. Venía para llevárselo. José Saramago lo recuerda bien. Pero él no estaba conforme. Una parte de su cuerpo sí parecía resignada. Aceptaba la crisis. Llegó a pararse de tal forma, que casi era imperceptible eso que llaman el hilo de la vida. Al principio, en la clínica de Lanzarote, llegaron a dudar de la conveniencia del ingreso.

-Supongo que no querían que aquél fuese el lugar del fin de Saramago. Les estoy muy agradecido. La muerte no me ha llevado. Era consciente, sabía, veía, sentía, que estaba al borde de pasar al otro lado. Más tarde decía: 'No me hablen de la muerte porque ya la conozco. De alguna forma ya la conozco'.
Había otras partes de su cuerpo que no estaban conformes. Ni el corazón, ni la cabeza. El corazón siguió latiendo con fuerza. La mente, durante un tiempo, dos días después de salir de la UCI, estableció unas coordenadas que ahora Saramago recuerda como un entrañable autorretrato vanguardista. "En aquel momento, que fue de los peores, se plantaba en mi cabeza algo que era un fondo negro con cuatro puntos luminosos que formaban un cuadrilátero irregular. Y yo tenía muy claro que ese cuadrilátero era yo".

Uno tiene una memoria corporal. ¿Qué relación ha tenido con su cuerpo José Saramago?
Yo he aceptado mi cuerpo. No ha sido nunca el cuerpo de un Adonis. He tenido con la edad un cierto declive. No he sido nunca un hombre de músculos. Tengo un esqueleto estrecho. Lo acepté. Con una cierta vanidad, quizás sí, quizás no, me gusta que después de los cambios, y en este caso último la enfermedad, mi cuerpo siga presentando una cierta...armonía. Una buena apariencia física. En el fondo no estoy descontento. Pero pasar de ahí a una especie de adoración de mi propio cuerpo, cuidándolo mucho, nunca he caído en esa tentación. Ni siquiera puedo utilizar la palabra tentación porque nunca la he tenido.

Los ojos de Saramago, definitivamente, y al margen de la encarnadura de la cara, son enormes. Ojos que contienen ojos. Sus pausas al hablar no parecen destinadas al descanso, sino que ceden el lugar a la mirada como una avanzadilla del lenguaje. Esa clase de silencio con que las raíces avanzan en la tierra.

Capítulo II

Mi propia voz me animaba

(William Wordsworth)

Un día, a comienzos de 2008, José Saramago oyó de la boca de un médico la palabra "milagro". No suena mal en boca de la ciencia, pero él nunca se conforma con lo inexplicable. Él identificó el milagro con la profesionalidad del cuerpo médico, con los cuidados de su mujer, Pilar del Río ("Ganaremos la primavera"), con la lealtad del corazón ("un corazón estupendo") y con la emersión de una energía en principio extraña a su carácter. El humor. Un humor expansivo, impelente, incesante. Un humor que impresionó al doble, a aquel otro Saramago que permanecía sereno, algo perplejo, sí, observándolo todo. Nunca se había visto a sí mismo contando chistes.

-Me gustaría que hubieras estado en el hospital durante la visita de los médicos y que escucharas los diálogos. Yo, que estaba en una situación de riesgo, mal, muy mal, pero me sentía con una libertad de expresión exultante. El humor con el que yo me comunicaba en el diálogo con ellos me sorprendía, me emocionaba. Oía a ese que hablaba, el enfermo que yo era, y pensaba como un ser redoblado: ¿Cómo es que estoy hablando así con esta gente? No soy capaz de reproducir ningún diálogo. Era el tono. Mi tono era ése. Ellos se miraban. Sonreían. Yo seguía... No era algo premeditado. Yo no pensaba: tengo que demostrar a esta gente que estoy bien. Era todo lo contrario de lo que se pudiera esperar de una persona en mi estado.

Saramago, el hombre silencioso, el hombre serio, al que algún cáustico atribuyó una "gravedad 'cachimbal". [Sonríe] ¡Eso era cuando fumaba en pipa! Es verdad. Yo he sido, desde muy niño, callado, reservado, melancólico. Nunca he tenido la risa fácil. Incluso la sonrisa, para mí es algo que me cuesta trabajo. Y las alegrías o las tristezas en mí son interiores, no las manifiesto. Ya de niño era así.

Sin embargo, si hay una constante en su obra es la ironía, un tipo de humor muy profundo.

El humor llega más tarde. En lo que escribía a los 23 años no había humor ninguno. El conocimiento propio, el conocimiento de los demás, ésa es la base del humor. El humor es una creación muy laboriosa.

Después de publicar 'Levantado del suelo', dijo: "No escribo para satisfacer dictámenes. Escribo un poco como quien respira, como quien habla". Tal vez el lenguaje acudió ahora en ayuda del cuerpo.

Sin duda. Era como si me transportara, como si me apoyase en el lenguaje. Yo mal podía moverme en la cama, pero me sentía llevado por el lenguaje. Una mente que era consciente de la realidad de mi estado, de la situación límite, que a la vez era capaz de desdoblarse y funcionar como si no pasara nada, como si la libertad de la mente, del argumento irónico, no estuviera bajo la presencia constante de la enfermedad, eso ha contribuido muchísimo para salvarme. El humor, una capacidad de animación oral extraordinaria, ese funcionamiento de la mente. Y curiosamente, de todo esto yo he salido con un espíritu totalmente sereno, de una serenidad impresionante. No es como si no hubiese pasado nada, porque creo que esa sensación de serenidad total es también una consecuencia de la enfermedad. No porque yo hubiera aprovechado para hacer un examen de conciencia. Yo no he hecho ningún examen de conciencia. Quizá por la proximidad, por una proximidad casi tangible de la muerte, he salido con una serenidad que se mantiene hoy. Comparada con el centro del huracán, donde no pasa nada, donde el aire no sopla.

-Lo convencional es pensar que uno, en esas circunstancias, hace balance de la vida. De lo bueno y de lo malo. Calcular el peso del alma. Es cuando pronuncia una de esas grandes frases, como el Borges que decía: "He cometido el más grande pecado que un hombre puede cometer...No he sido feliz".

-Eso es una operación mental, que fabricas luego. Conmigo no ha ocurrido eso. Yo he regresado a la vida. He regresado con naturalidad y con esa serenidad total de la que hablaba. No podía moverme y no me movía. Quizá llegase el día... Y llegó. Un médico me ha dicho: usted necesita por lo menos un año para recuperar algo que se parezca a la normalidad. Bueno, ha sido todo más rápido, sorprendentemente rápido, pero, al mismo tiempo, duro. Ya que hablamos de humor, tal vez la frase apropiada para el momento sea una expresión francesa: Reculer por mieux sauter (Esperar el mejor momento).

En 'El viaje del elefante', el humor es gozoso. De la estirpe de Cervantes y Fellini. Después de la enfermedad, ¿podríamos hablar de un tercer Saramago, de una especie de catarsis?

Quizá se pueda decir eso. Salí del hospital y me senté a trabajar. No podía con mi alma. Y los dos primeros días después de salir me dediqué a la corrección de lo que había escrito antes, unas cuarenta páginas. Y al tercer día ya estaba avanzando en El viaje del elefante. Ésa es una situación en la que tiene cierta lógica que uno se pregunte: ¿quién está haciendo esto por mí? Porque en principio no podrías. ¿Cómo vas a poder escribir en esas condiciones? Lo hacemos, pero nos parece tan sorprendente que hayamos podido hacerlo. Mi relación con este libro es ésta: ¿cómo es posible que lo haya podido hacer?

Samuel Beckett hablaba de una "extraña obligación" en ese seguir adelante...
Yo había escrito 40 páginas de El viaje del elefante en 2007. La pauta ya estaba marcada. Tenía un punto de partida, unos datos históricos mínimos. El empeño del rey portugués João III de regalar a su primo el archiduque de Austria un elefante hindú que llevaba dos años en Lisboa, y la aventura que supone trasladar en comitiva ese animal hasta Viena. Hay una frase en el pórtico de la novela que pertenece al Libro de los itinerarios: "Siempre llegamos al sitio donde nos esperan". Tal vez ése es el secreto. Para mí escribir es también una función vital. También para mí es un viaje. Bueno, el caso es que sale algo que es, pero podría no ser. La composición de este libro es extraña. En el fondo yo no sé nada de este libro.

Si lo dijese otro autor me parecería una 'boutade'. A usted le creo.
¿Quién, en realidad, está narrando? No tengo ninguna respuesta. La asociación de ideas tiene para mi trabajo una importancia que no he podido calibrar. Me fío mucho de la asociación de ideas. Yo siempre he negado la existencia del narrador. Los estudiosos me decían: "¡Usted está equivocado!". Y yo les ponía un ejemplo: ¿dónde está el narrador en una obra de teatro? Cuando me puse a escribir esta historia, me dije: ¿queréis un narrador?, ¡pues aquí estoy! Así que estoy contando la historia como quien está sentado en la cocina de mi pueblo contando una historia. Y aquí podríamos decir el refrán: "A quien cuenta un cuento siempre le crece el cuento". Por lo demás, el libro es un homenaje a la lengua portuguesa.

Capítulo III

"Siempre he intentado vivir en una
torre de marfil, pero una marea
de mierda no deja de golpear sus
muros y amenaza con tirarla abajo"

(Gustavo Flaubert)

García Márquez decía recientemente que "sufría como un perro" cuando leía la prensa. ¿Usted también está enojado con el periodismo de hoy?
Creo que Gabo dramatiza y yo ya no dramatizo nada. Tal vez es verdad que hay una cierta rebaja en la calidad de los escritos. Pero depende. ¿Cómo podemos decir que el periodismo de ahora es peor que el de antes? Pienso en Portugal, en España, con las dictaduras, cuando la información era intoxicación, y entonces, ya no sufro. Ni como un perro ni como nada.

No hace periodismo de redacción, pero vuelve a estar en primera línea. Un premio Nobel, un autor célebre, va y abre un sencillo 'blog' en la Red, 'Cuaderno de Saramago' (en portugués y castellano), como un aprendiz. Sus libros obtienen las mejores críticas en los principales medios de Estados Unidos, como 'The Washington Post' o 'New Yorker', sin importarles su posición política. Están en las librerías de todos los continentes. Podría publicar en los grandes medios de opinión. ¿Por qué ese 'blog'? ¿Por disidencia?
Quizás es esa novedad de volver a empezar. Escribir sin ningún condicionamiento. Los medios te pagarían, claro está. Pero mira, ha ganado Obama, me felicito, y a continuación escribo un artículo en el que pido sin medias tintas el cierre de Guantánamo y el cese del bloqueo económico a Cuba. Y así, sobre lo que se me ocurre. En realidad, el sistema acaba por integrarte. En el fondo no eres más que una guinda en el pastel. Te toleran. Se ríen de ti. ¡Cosas de Saramago!

Lo que usted llama guindas pueden ser espacios de resistencia. Por lo que parece, el ridículo lo está haciendo el sistema. En un texto sobre Marcos Ana (en prisión franquista desde 1939 a 1961) usted hablaba de derrotar el cinismo, la indiferencia y la cobardía. Por supuesto. Para nada soy cínico. Lo que digo es que soy por definición muy escéptico. No es bueno, ya lo sé. Me gustaría entusiasmarme, pero no lo consigo. Hay una grave crisis, pero los ciudadanos no tenemos mecanismos para influir. Pero, por lo menos, deberían decir la verdad. Fíjese usted, António Guterres, cuando era primer ministro, declaró en una entrevista: "La política es el arte de no decir la verdad". ¡Y nadie se levantó para protestar! Aunque no queramos, a los ciudadanos nos arrastra la corriente. O la estampida. Ahora bien, hay que decir: no estoy de acuerdo. El escepticismo no es resignación. Yo nunca me resignaré. Cada vez me siento más como un comunista libertario. Hay tres preguntas que no podemos dejar de hacernos en la vida: ¿por qué?, ¿para qué?, ¿para quién?

¿Usted nunca se vendió? Quiero decir, ¿no tiene la sensación de haberse vendido nunca, por ejemplo, para un premio? No. Nunca me he vendido. No me he vendido. Ni material, ni simbólicamente. El Premio Nobel consagra algo que ya estaba ahí. En la, digamos, clase literaria hay una serie de gente que no me soporta.

¿Por qué existen estos odios entre escritores, a veces más intensos cuanto más vecinos? Eso que decía Jean Chapelain: "El escritor no lee a sus colegas, los vigila". Para mí resultan inexplicables. No sé. No creo que se trate de la persona, no creo haber dado motivos. Tal vez no se soporta eso que llaman el éxito, o la fama, el Nobel... Cuando yo aparecí en los años ochenta, el panorama literario estaba organizado, completo, cada uno en su
lugar. Y si había envidias, pues también estaban en su lugar. Yo no estaba previsto.

Manuel Vicent dice que en la cultura habita lo mejor y lo peor de la humanidad. En mi caso, creo que algunos simplemente se sintieron amenazados en su lugar. Pero lo que nadie puede decir es que haya escrito un libro malo.

Con odios o sin odios, no creo que tenga que preocuparse ya por los duelos en los salones literarios. Cuando me dieron la noticia del Premio Nobel estaba en la feria de Francfort. Di una rueda de prensa y dije: "Yo no he nacido para esto, pero esto me fue dado". Es verdad. No he nacido para esto. No nací para esto ni para aquello. Nadie puede decir que nadie nació para esto. [Al fin, sonríe] Tampoco Obama nació para ser presidente.

En sus obras hay personajes inolvidables, fascinantes, que pertenecen a la realidad inteligente. ¿No me diga que no se enamoró de Blimunda, la de 'Memorial del convento'? Blimunda... ¡Sería mucha mujer para mí! Aunque es sencilla. Tal vez la mujer del médico de Ensayo sobre la ceguera... Sí, tal vez ella.

Da la impresión de que, en la realidad, ha sido más amigo de las mujeres que de los hombres. Sí. Eso es verdad.

Hubo un tiempo en que se propagó que había elegido el exilio. Un exilio español. Y es verdad que tiene un hogar en la isla, en Lanzarote. Pero no parece usted un autoexiliado. Cuando estoy allá, también estoy aquí. Nunca me he ido. Expresé mi protesta a un Gobierno conservador por la actitud censora que tuvo con El Evangelio según Jesucristo. Y he criticado otras cosas de Portugal. Y de España también. Y de este mundo, que para tantos tiene la forma del infierno. Pero, ¿qué sería de un escritor sin la libertad de palabra?

Da la impresión de que su imagen en Portugal ha cambiado mucho en los últimos tiempos, de que es más querido, menos polémico, incluso para aquellos que mantienen opiniones políticas contrapuestas. Ya sé que no le gustan las grandilocuencias, pero digamos que es respetado por todos como un héroe portugués. Es verdad. Noto menos rechazo. Y un proceso de reencuentro, después de malentendidos. En fin. También hay gente que antes decía: "Es bueno, pero es comunista". Y ahora dice: "Es comunista, pero es bueno".

Pronto habrá una gran sede de la Fundación Saramago. Y en un lugar muy especial de Lisboa. La Casa dos Bicos, al pie de la Alfama. Eso sí que es un reencuentro. Sí. Es un edificio que cede la cámara municipal por 10 años. Constituye un gran reto. Tiene que ser una factoría creativa. La Casa dos Bicos fue construida en el siglo XVI, inspirada en el italiano Palacio de los Diamantes. En el siglo XX fue almacén de bacalao. La zona, en la Ribeira Velha, es muy popular. Una maravilla. Te voy a decir algo muy importante para mí. Llega un momento en que te crees que tal vez no es una utopía que te den el Nobel. Tu nombre empieza a ser barajado, junto a otros. Van pasando los años. El nombre se repite. Y piensas: bueno, pues, ¿por qué no? Tal vez me den el Nobel. Pero nunca, nunca, jamás soñé que la Casa dos Bicos pudiese ser sede de una fundación llamada José Saramago. ¡Las veces que pasé por delante desde niño! Soy poco expresivo, pero, a veces, sólo con pensarlo tiemblo de emoción con todo el cuerpo, de arriba abajo.

Capítulo IV

"El instante en que ya no sea
más que un escritor habré
dejado de ser un escritor"
(Albert Camus)

Eduardo Lorenço habla de Saramago como "la mano izquierda de Dios". Es ateo, pero crece empapado de cultura cristiana. ¿Para el erotismo, para el amor, ha tenido que luchar mucho contra el pecado? No. Cuando escribí El Evangelio según Jesucristo, que tuvo las consecuencias que sabemos, en el discurso de agradecimiento al jurado le puse un título que era El derecho al pecado. Uno de los grandes inventos de la Iglesia católica ha sido inventar el pecado, y después de inventar el pecado, inventar un instrumento de control de la gente. ¿Quién ha decidido lo que es pecado y lo que no lo es? Gran parte de la historia es un absurdo. Y la historia oficial, en la que la Iglesia ha tenido tanto que ver, es una sucesión de disparates. Pensemos en los muertos por la Inquisición. Incluso, en un grado menor, lo que ocurrió con el gran Camões. Tuvo que defender cada uno de sus versos para obtener el plácet del Santo Oficio. Escribí una obra de teatro sobre ese caso, Que farei com este livro?, que refleja el estado de permanente vigilia, peligro y prohibición en que ha vivido la literatura en nuestros países.

¿Qué ha significado para José Saramago su compromiso como comunista? Actualmente no tengo otra militancia que no sea la militancia indirecta de lo que escribo. Pero la participación política me ha dado algo muy importante. Un sentimiento solidario muy fuerte, la conciencia de tomar parte en una lucha por la humanidad, con todas las sombras históricas que esa lucha ha tenido. En estos asuntos es muy importante la memoria colectiva, pero también la personal. Recuerdo siempre a un camarada con el que yo trabajaba y que fue preso por la policía política. Lo sometieron a la tortura del sueño, la privación del sueño, durante dos semanas. En ese estado no me denunció, no habló, no dijo de mí ni una palabra. Asoció eso a la integridad humana. Ha habido mucha gente así sin esperar nada a cambio. No puedo imaginarme fuera del partido. Hace unos años, después de la revolución, Álvaro Cunhal (líder comunista portugués) tuvo que someterse a una grave operación y antes escribió unas cuantas cartas dirigidas a militantes del partido, cartas que podían ser entregadas a los destinatarios en el caso de que muriesen. No se murió entonces, las cartas han sido destruidas, pero yo sé que en la carta que me estaba destinada, Cunhal decía que estaba seguro de que yo no abandonaría el partido. Y tenía razón. Y la va a tener mientras yo viva.

Pero los partidos comunistas en Europa son una especie en extinción... En Portugal creo que no existe ese riesgo que menciona. El PCP tiene una base real. Todos lo demás han pasado por operaciones de cosmética, de nombre, de siglas. Y lo peor para ellos es que no están mejor por eso, por haber tratado de hacer ese transformismo.

Ha habido gente que le ha descalificado por esa fidelidad, interpretándolo como un rasgo estalinista. ¿Quién sería Saramago en la Rusia estalinista? Un hombre que tendría todos los problemas. Un régimen que había hecho de la subordinación del ciudadano un principio, pues estaba condenado a lo que ocurrió. La decadencia en todos los aspectos de la Unión Soviética fue debida a la separación entre el partido y el pueblo.

¿Por qué cree que es tan criticado, tanto en España como en Portugal, cuando habla de iberismo? Es delicado tocar ese asunto porque nos lleva al campo de los instintos, de las pasiones, y ahí no nos ponemos de acuerdo. Hay patriotas que no pueden ni oír la palabra España, porque tienen esa idea, esa experiencia histórica, de que de España siempre va a venir algo malo. Portugal está ahogado. Y España también, enredada en su propia noria, con asuntos que parecen eternizarse y que no se resuelven. Pero España tiene ya una experiencia de diversidad, con las autonomías, que puede servir para llegar con serenidad a fórmulas unitarias entre los dos Estados. España y Portugal necesitan ambas una convulsión positiva. Sé que esta opinión levanta ampollas, pero lo planteo con honestidad intelectual. Contribuiría a un multilateralismo ibérico. Por supuesto, respetando las culturas y las lenguas. Se enriquecería la situación de Iberia. Y también tendría un efecto positivo en Europa.

¿Significa algo que España y Portugal tengan un Gobierno de izquierda? No nos engañemos. Es cierto que tenemos en un lado y otro Gobiernos de izquierda, pero de una izquierda que no se nota mucho. A lo mejor no pueden hacer otra cosa. ¿Qué pasaría en Europa si se decantaran más hacia la izquierda? Hombre, no tenemos un Arias Navarro para decir: ¡Vamos a invadir Portugal! Hay que arrumbar de una vez esa idea, que tuvo justificación con Franco, una dictadura mucho más cruel que la nuestra, que hasta le hizo decir a los integristas portugueses: "Espanha, terra perigosa". El problema es que las izquierdas en Europa están casi desaparecidas. Por ejemplo, ¿qué hay en España con referencias intelectuales? Medianías. Están dejando solo al juez Garzón. Yo lo que veo son medianías.

José Saramago- Sofía Moro
© Diario EL PAÍS S.L. -

miércoles, 19 de noviembre de 2008

ALONSO CUETO PUBLICA SUEÑOS REALES

LIMA, 18 de Noviembre del 2008


Foto: Pável Ugaz Dato
Alonso Cueto obtuvo el Premio Viracocha por El tigre blanco (1985) y el Premio Herralde por La hora azul. Hace poco un cuento suyo ha aparecido en el conjunto de relatos Hombre lobo, publicado en España bajo el sello 451 editores.

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ALONSO CUETO PUBLICA SUEÑOS REALESMentiras verdaderasAlonso Cueto es, además de un novelista reconocido, un lector apasionado. Una prueba de ello es Sueños reales (Seix Barral, 2008), un libro en el que reúne una serie de ensayos sobre aquellos autores que han dejado huella.

Carlos M. Sotomayor

Correo: ¿Cómo se va gestando el libro?

Alonso Cueto: Es un libro que se ha ido escribiendo a lo largo de varios años, sobre autores que me han apasionado a lo largo de mi vida y que son autores a los que siempre de alguna manera les he sido fiel. Escribir estos ensayos ha sido en el fondo dar cuenta de una de las pasiones de mi vida. Creo que la única razón por las que uno escribe es para compartir pasiones con otros.

C: ¿Por qué Sueños reales?

AC: Uno no puede vivir sin historias, uno no puede entender la vida sin historias. Las historias son esenciales y son un instinto natural en todos nosotros. Y una de las pruebas de esto que digo es que todas las noches soñamos dos o tres historias, que nos contamos a nosotros mismos. Es decir, los sueños son en el fondo historias que nos contamos. Es curioso que al igual que los sueños cuando se lee un gran libro uno siente que lo que se está leyendo es real. Así como cuando tú sueñas y piensas que lo que estás soñando es verdadero. De algún modo la literatura es eso, un gran sueño compartido.

C: ¿De alguna manera en la elección de los autores comentados puede vislumbrarse tu particular visión de la literatura?

AC: Sí, yo creo que una gran obra literaria es aquella cuyos personajes son seres complejos, contradictorios, que no pueden ser definidos fácilmente, que no pueden ser agotados. Son personajes que tienen una serie de conflictos y dilemas interiores. Nunca me han interesado los personajes unidimensionales, los fanáticos que tienen una sola línea. Y la otra característica que me parece que por lo general tiene una gran obra literaria es la calidad de la historia, la capacidad de ésta de enrumbarte en un camino donde haya juegos con la intriga, expectativa por el desenlace. En ese sentido tengo una visión más bien tradicional y clásica de la literatura.

C: Uno de los que aparecen en el libro es Henry James, uno de tus autores predilectos. ¿Cómo surge tu admiración por él?

AC: Nace porque cuando yo tenía 22 años llegué a España y un amigo que conocí me prestó Los papeles de Aspern, que me acuerdo estaba en una edición pequeña de Tusquets. Y recuerdo que lo leí en una sola noche. Y me sentí tan seducido por ese mundo, porque creo que un autor hace un pacto con algunos lectores en especial. Creo que el gran tema de James es el de la soledad. Y de alguna manera, como yo recién había llegado a España y me sentía tan aislado y solitario, la lectura de James me sirvió para compartir esa visión de los solitarios, de los aislados. Se creó un pacto muy especial.

C: Otro autor del que escribes es el japonés Murakami...

AC: Me interesa Murakami porque es un escritor que tiene pasión por contar historias, pero son historias que de alguna manera se frustran, se truncan, se resuelven en sí mismas, no concluyen y quedan como en una especie de nebulosa de la acción. Es un autor de atmósferas. Especialmente me gusta un libro: Al sur de la frontera, al oeste del sol.

C: Siempre has evidenciado ser un lector apasionado, atento a lo que se está produciendo.

AC: Yo creo que hay grandes autores que están en actividad. Y uno de ellos es Phillip Roth. Creo que el autor norteamericano que sigue escribiendo libros cada vez más notables es Philip Roth. Otro de ellos es Cormac McCarthy, quien también es un autor prodigioso. Y en Europa también, por ejemplo, el holandés Cees Nootebbom. Y claro, también hay libros que se descubren como Vida y destino de Vasili Grossman. Y es un éxito comercial, siendo un libro denso y largo.


Título: Sueños reales
Autora: Alonso Cueto
Editorial: Seix Barral

© 2004 - 2005 DIARIO CORREO

lunes, 17 de noviembre de 2008

La partida de Laura Riesco

Lunes, 17 de noviembre de 2008

LETRAS. De luto

La partida de Laura Riesco

ESCRITORA PERUANA, AUTORA DE "XIMENA DE DOS CAMINOS", FALLECIÓ A LOS 68 AÑOS ELLA RADICABA EN EE.UU. DESDE 1959

Laura Riesco (1940-2008), cuya segunda novela, "Ximena de dos caminos" (Peisa, 1994), la convirtió en una de las escritoras peruanas más elogiadas por la crítica tanto nacional como internacional, falleció el viernes 14 de noviembre. Natural de La Oroya, la escritora tejió una historia en la que una niña que vive en un centro minero muestra a través de su mirada las diferencias insalvables existentes en ese Perú fragmentado.
Con esa novela, Riesco ganó el Premio Latino de Narrativa en Nueva York (1995) y un lugar importante en la narrativa nacional. "Nos recuerda que las muchachas tímidas pueden, si quieren, escribir cosas desfachatadas", escribió Antonio Cisneros. Más entusiasta fue el crítico Ricardo González Vigil: "Nos parece la novela más profunda y hermosa que haya escrito mujer peruana alguna hasta el momento".
Desde su aparición en las letras peruanas con "El truco de los ojos" (1978), Riesco había demostrado que la literatura en su vida era un terreno serio. Pasaron 16 años para que diera a conocer su nueva obra: "Ximena de dos caminos". Ya para entonces estaba radicada en Estados Unidos, país adonde había llegado en 1959.
"No vine a EE.UU. con el propósito de estudiar una carrera, ni de mejorar mi situación económica. Las razones eran personales y, la verdad, tenían más bien rasgos de telenovela.
En todo caso, se suponía que me iba a quedar un año para sentar cabeza y esfumar de mi mente las nociones quijotescas que nublaban mi buen sentido en la adolescencia", escribió la entonces profesora de la Universidad de Maine.
Laura Riesco nos deja, pero permanecen sus novelas y relatos, su vida misma plasmada magistralmente en el papel.

© Empresa Editora El Comercio. Jr. Miró Quesada #300 Lima 1 – Perú

miércoles, 12 de noviembre de 2008

ÚLTIMO PARADERO - Miguel Ildefonso

ÚLTIMO PARADERO

Luego de una visita a Chimbote, en donde di lectura junto a Jorge Terán, que presentaba su revista Lhymen número 5, y después de haber gozado con La Santa Sede, narrativa erótica de Chimbote, de Río Santa Editores (que incluye a destacados autores como Fernando Cueto), y de haberme enterado de cómo fue su presentación en el mítico burdel Tres Cabezas, cuyas fotos y crónicas están para el paladar en la revista Los Zorros número 7, que dirige Jaime Guzmán Aranda y Augusto Rubio Acosta; luego de ese ojedeano-arguedeano-verdepastel viaje hice otro no menos esperado.

Llegué al VII Encuentro Nacional de Escritores “Manuel Jesús Baquerizo” (5-8 de noviembre) en la ciudad de Huamanga, con la participación de reconocidos escritores como Oswaldo Reynoso y José Luis Ayala. También asistieron novísimos autores, tal es el caso del sanmarquino Lenin Solano Ambía (Lima, 1983), quien me obsequió su libro de relatos Carta a una mujer ausente: “…no pude dormir, estaba feliz, nervioso y ansioso por tocarla. Sin embargo, no debía desesperarme, la tendría el resto de mi vida y no quería ahuyentarla ahora. Amaneció. Salimos a las cinco y treinta de la mañana, muy nerviosos, mirando a todos lados. Tomamos un carro que nos dejaba a una cuadra de la agencia de Yerbateros. Apenas bajamos vimos mucha gente por los alrededores. Uno de los interprovinciales tenía una hoja pegada en su ventana donde decía ocho soles. El precio nos pareció cómodo y subimos apresurados y felices. Nos sentamos en la parte media del carro. Nuestros corazones latían apresurados y nuestras risas eran de felicidad y nerviosismo. La abracé fuertemente y dejé las mochilas en la parte alta. El carro encendió su motor y ahora sabía que con ese sonido de motor arrancando, empezábamos nuestra nueva vida.”

Se presentaron libros, entre otros: Indios dios runa. Antología poética del profeta del fuego, del poeta Efraín Miranda; estudio, selección y notas hechos por Gonzalo Espino Relucé. He aquí un fragmento del poema LB: “Cuando regreso:/ mi choza es prolongación del suelo,/ mis enseres son residuos,/ mis animales, mi tierrita/ yo,/ la miseria.// Otras realidades me contrastan,/¿dónde están ellos?/ ¿dónde estoy yo?/ Al parecerme lóbrego el espacio – un aviso/ de novia robada y viajes de astillas/ de madera cortada a las estrellas_/ dan razón reiterada de mi existencia/ perteneciente a mi existencia milenaria…”

Bajo el sol esplendente de Huamanga me detenía a leer poemas de algunos de los asistentes: “Y me decía taitalla Celestino:/ Estos tiempos ya no serán nuestros/ han de cambiar de repente…/ Nuestros polluelos ya no temerán/ al atoq de abajo ni al aqchi arriba.// Y me decía mamilla Petronila:/ La tierra es fecunda/ el sol es para todos…/ Nunca siembres en diciembre/ ni te fíes de los blancos.// Y me decía taitalla Joselo:/ De palmo a palmo surcamos la carretera/ entendiendo por allí traer un poco de vida// Pero por allí/ a nuestros hijos se llevaron./ Por allí, sólo las muertes llegaron...” Poema Aurora tomaína de Alejandro Medina Bustinza “Apurunco” (Aimaraes-Apurimac):

“Árbol de acero lavado por la lluvia./ Dolor limpio y helado./ Maldad en tintura/ cayendo/ gota/ a / gota./ Así, este instante:/ Grillo cantor con alfiler atravesado”. Momento del poeta Ángel Gaviria (Mollebamba, Santiago de Chuco, 1953).

“Ahora veo tu sombra/ rosadamente turbia/ destrozada entre los rieles/ invadido por la droga del silencio/ los pájaros te gozan los sembríos/ y digo/ con toda la furia de saberte extraño/ que no es la hora de Rimbaud/ es el tiempo/ de engendrar la flor necesaria/ Lucho Hernández/ mi amigo inconfesable”. Lucho Hernández I.M. de Jorge Luis Roncal.

Ulises Valencia nació en Surquillo, Lima, en 1947 (“un poeta marginal de nuestro tiempo”, dice de él Julio Aponte), y es autor de los libros: Un abismo de luces, Intensidad, Estaciones, Rambla, Tiempo, Como el mar crece tu recuerdo, Nido de Sierpes, Lejos de todo. Del poemario Como una fiesta cogí al azar este poema: “Sabes de mi ser/ De mi existencia/ De mis torpes caídas/ De mis traspiés, por las sendas/ De la vida y el amor.// Pero a veces, con gran contento/ Noto que te engaño/ (O que me engaño) cuando creo/ Que aún no sabes qué sucede/ En mi pecho, adentro.// La vida:/ Tantos lugares desolados, donde/ Nos adentramos, para conocer/ El laberinto ciego, que nos pierde/ Y hace de nosotros/ Los seres sombríos, que ahora somos.”

Luego llegué a Huanta, me metí al mercado que olía a jazmines, violetas, geranios y margaritas, y quise comprarle hojitas de coca a una mujer sentada entre otras mujeres, pero no aceptó mi dinero. Solo era para trueque. Más tarde en la plazuela de Huanta, amarillito amarilleando, cogí el relato Destino de Vidal Navarro (“escritor representativo de la narrativa ayacuchana” nos dice Félix Gutiérrez Huamaní), que aquí transcribo un toke: “Al rato, la gente les concentraba en el cabildowasi del panteón, revolcándose en la tierra; jugando a momentos o sentados como gentiles en el poyo de los deudos, esperaban no sé a quién. Estamos cuidando la casa de mi mamá, contestaban a los vecinos que se asomaban. No volvían a comer el mote que les dejaba tu papá, no obedecían a la gente que venía a ofrecerles trozos de chankaka, pedacitos de queso. Aquí es la casa de nuestra mamá. Se aferraban. Lloraban a gritos si querían sacarlos a fuerza.// Recién cuando el sol se amostachaba, pintándose de rojo en las lomas de Sankis Muqu, no sé si de pena o no sé si de hambre, les escuchábamos llevar sus pasos por José María Gamboa. El escándalo de los chiwakus, el jolgorio de los jachanchurros se apagaban. Las piedras del camino, los arrayanes y los molles, al oírles, entristecidos se abrazaban al viento y murmuraban”.

Por Cinco Esquinas me fui yendo, amarillito amarilleando, pero quise volver al mercado, supe qué podría darle a la mujer con sombrero negro y flores de plástico, que hablaba solo quechua, que no aceptaba mi dinero, que no entendía mi castellano de Apolo en Lima, para que ella me de sus hojitas de coca. Lo supe de pronto, y ya solo quise volver corriendo… Y corriendo estoy.

Miguel Ildefonso
Noviembre, 2008.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Mario Vargas Llosa - rinde homenaje en 'El viaje a la ficción'

FRAGMENTO LITERARIO: LECTURA

El adúltero de la literatura

Mario Vargas Llosa 09/11/2008

Mario Vargas Llosa rinde homenaje en 'El viaje a la ficción' (Alfaguara) al mundo literario de Juan Carlos Onetti. En este extracto describe su primer encuentro con el escritor uruguayo, un hombre desconcertante que sufrió en carne propia las turbulencias del siglo XX americano

Conocí personalmente a Juan Carlos Onetti año y medio después de aparecida su novela Juntacadáveres (1964), en Nueva York, durante el congreso del PEN Internacional que tuvo lugar en esa ciudad del 12 al 18 de junio de 1966, presidido por Arthur Miller.

Juan carlos Onetti
Nacimiento:
01-07-1909
Lugar:
(Montevideo)

Vaya sorpresa al conocer en persona a ese escritor cuyas historias me habían sugerido una personalidad descollante

Detrás de esa hosquedad asomaba alguien que no estaba preparado para enfrentar la brutalidad de una vida a la que temía

Muchas veces dijo a Dolly que a menudo veía a la gente que lo rodeaba como si fueran esqueletos

Caballero Bonald: "Cuando lo conocí, se había pasado del vino tinto al whisky y sólo leía novelas policiacas"

La presencia del uruguayo en ese certamen, al que asistieron también otros escritores latinoamericanos -Carlos Fuentes, Pablo Neruda, Ernesto Sábato, Emir Rodríguez Monegal, Carlos Martínez Moreno, Juan Liscano, Victoria Ocampo, Alberto Girri, José Antonio Montes de Oca, H. A. Murena, Guimarães Rosa, Homero Aridjis entre ellos-, era un indicio de que su obra comenzaba a romper el cerco de indiferencia en que había vivido, con la excepción de un reducido círculo de lectores y críticos del Río de la Plata.

Muy reducido en verdad, si se piensa que casi no se habían publicado estudios críticos importantes sobre su obra fuera de Uruguay y que, por ejemplo, La vida breve, la mejor novela escrita en América Latina hasta el año en que apareció (1950), no mereció elogio alguno y que las escasas reseñas que tuvo, como la de Homero Alsina Thevenet en el semanario Marcha, fueron negativas.

En 1961 se publicó en París, en Les Lettres Nouvelles, la revista que dirigía Maurice Nadeau, su cuento Bienvenido, Bob, traducido al francés por Claude Couffon. En 1962 había ganado el Premio Nacional de Literatura en Uruguay, y al año siguiente, su cuento Jacob y el otro apareció traducido al inglés en una antología de relatos publicada por la editorial Doubleday. Comenzaban a reeditarse algunos de sus libros, pero aún era difícil procurárselos. Lo sé muy bien porque yo, que quedé seducido por la originalidad y la fuerza de su talento desde el primer relato suyo que cayó en mis manos, sólo había podido leerlo gracias a la ayuda de amigos uruguayos que me hicieron llegar algunos de sus libros.

Vaya sorpresa que me llevé al conocer en persona a ese escritor cuyas historias me habían sugerido una personalidad descollante. Tímido y reservado hasta la mudez, no abrió la boca en las sesiones del congreso, e incluso en las reuniones pequeñas, entre amigos, a la hora de las comidas o en el bar, solía permanecer silencioso y reconcentrado, fumando sin descanso. Al terminar la reunión del PEN, algunos participantes fuimos invitados a hacer una gira por Estados Unidos y tuve la suerte de formar parte del grupo en el que estaban Martínez Moreno y Onetti. Era un viaje turístico, con visitas a museos, espectáculos y lugares históricos en los que, por supuesto, Onetti se negó sistemáticamente a poner los pies. Permanecía encerrado en su cuarto de hotel, con una botella de whisky y un alto de novelas policiales, tan desinteresado del programa que uno se preguntaba por qué había aceptado aquella invitación. Martínez Moreno, que era bueno como un pan y se sentía preocupado por el estado depresivo de Onetti, renunció a muchas visitas para no dejarlo solo, temeroso de que su admirado compatriota fuera a hacer alguna tontería peor que emborracharse.

Sólo en San Francisco tuve ocasión de charlar con él un poco, en barcitos humosos y oscuros de los alrededores del hotel. Costaba trabajo animarlo a hablar, pero, cuando lo hacía, decía cosas inteligentes, eso sí, impregnadas de ironía corrosiva o sarcasmos feroces. Evitaba hablar de sus libros. Al mismo tiempo, detrás de esa hosquedad y esas burlas lapidarias, asomaba algo vulnerable, alguien que, pese a su cultura e imaginación, no estaba preparado para enfrentar la brutalidad de una vida de la que desconfiaba y a la que temía. Una noche en que hablamos de nuestra manera de trabajar se escandalizó de que yo lo hiciera de manera disciplinada y con horario. Así, me dijo, él no hubiera escrito ni una línea. Él escribía por ráfagas e impulsos, sin premeditación, en papelillos sueltos a veces, muy despacio, palabra por palabra, letra por letra -años más tarde, Dolly Onetti me confirmaría que era exactamente así, y tomando a sorbitos, mientras trabajaba, copitas de vino tinto rebajado con agua-, en periodos de gran concentración separados por largos paréntesis de esterilidad. Y allí pronunció aquella frase, que repetiría después muchas veces: que lo que nos diferenciaba era que yo tenía relaciones matrimoniales con la literatura, y él, adúlteras. En aquella o alguna otra ocasión durante aquel viaje le pregunté si era cierto que a los escritores jóvenes que conseguían llegar a él a pedirle consejo les recomendaba leer los libros que él detestaba, para ponerlos a prueba, y él, sin negar ni asentir, sonrió feliz: "¿Eso dicen? Qué hijos de puta, che".

Recuerdo una noche en que los poetas beatniks norteamericanos Lawrence Ferlinghetti y Allen Ginsberg, entonces en el apogeo de su popularidad, nos llevaron a Onetti, Martínez Moreno y a mí en un recorrido nocturno por los antros de hippies, artistas, músicos o simplemente bohemios de San Francisco, que nos hablaban de sus experiencias con el peyote, el ácido lisérgico y otros paraísos artificiales con los que se proponían revolucionar el mundo, o de las acciones políticas en marcha en defensa de los gays y a favor de la despenalización de las drogas. En todo aquel recorrido alucinatorio por las cuevas, peñas y antros de la contracultura californiana, para mí, lo más irreverente era, sin duda, la actitud de Onetti, quien, con su sempiterna corbata, su saco entallado y sus anteojos de gruesos cristales paseaba sus ojos saltones de infinito aburrimiento sobre todo aquel circo, con una mirada escéptica y el escorzo de una sonrisita flotando por la boca.

Pocos meses después, en agosto de 1966, fui por pocos días a Montevideo. Como he contado, me fue imposible ver a Onetti, pero hablé mucho de él, pude conseguir sus libros en la maravillosa librería anticuaria de Linardi y Risso y me dio gusto comprobar que, tanto sus amigos como quienes no lo eran, reconocían unánimemente su talento y contribuían con chismes y anécdotas a enriquecer la ya rica leyenda forjada en torno a su aislamiento, su hosquedad y sus neurosis.
Siempre recuerdo esa visita a Uruguay, pues, pese a que, como he mencionado en este ensayo, la declinación económica y social del país llevaba años de iniciada, para un latinoamericano, llegar a ese pequeño rincón del Río de la Plata en 1966 era descubrir una cara distinta de la América Latina de los dictadores, los cuartelazos, las guerrillas revolucionarias, las democracias de opereta y las sociedades incultas y de enormes desigualdades económicas del resto del continente. Recuerdo mi sorpresa al leer los diarios de Montevideo, tan bien escritos y diagramados, y descubrir la presencia que en ellos tenía la cultura, las magníficas secciones de crítica, el alto nivel de los teatros y las espléndidas librerías montevideanas. La libertad y el pluralismo que se advertían por doquier -había un congreso del Partido Comunista en esos días anunciado por carteles en las calles que no escandalizaba a nadie- y los adversarios políticos coexistían tan civilizadamente como en Inglaterra. Por otra parte, en ningún otro país latinoamericano había visto yo una clase intelectual tan sólida, cosmopolita y bien informada, ni una sociedad con una pasión semejante por las ideas y modas y tendencias artísticas, filosóficas y literarias de la actualidad internacional. Di una conferencia en la Universidad Nacional, invitado por José Pedro Díaz, y no podía creer que tanta gente pudiera reunirse para oír hablar de literatura. Sin embargo, aunque yo fuera incapaz de advertirlo en aquel viaje, bajo la superficie de esa sociedad estable, abierta, democrática, razonable y culta que tanto me impresionó, algo había comenzado a resquebrajarse y a enloquecer, algo que precipitaría pocos años después al Uruguay en la más grave crisis política y social del siglo XX.

Precisamente por esa época publicó Onetti uno de sus relatos más interesantes, La novia robada (1968), en el que un tema que había venido insinuándose en sus cuentos y novelas desde hacía tiempo, la locura como una de las formas en que los seres humanos escapan de la realidad objetiva hacia un mundo de ficción, sería la columna vertebral de una historia en la que vemos a todos los vecinos de Santa María confabulados para dar consistencia, un semblante de vida y de verdad, a los espejismos eróticos de una enajenada. (...)

Al tiempo que aparecía esta historia de locura colectiva fantaseada por Onetti, Uruguay -que parecía la excepción a la regla en un continente que crepitaba por todas partes- había comenzado también, a la vez que su economía se empobrecía y su población envejecía, un proceso de debilitamiento de sus instituciones. Y se resquebrajaba en él ese consenso que había preservado su democracia. Al influjo de la Revolución Cubana, sus vanguardias políticas, intelectuales y sindicales se radicalizaban, en tanto que la clase gobernante, los partidos tradicionales y la cancerosa burocracia -tan bien retratada, con una mezcla de severidad crítica y soterrada ternura, en los cuentos y poemas de Mario Benedetti- se mostraban incapaces de responder de una manera eficaz y creativa a la agitación social y a las movilizaciones de estudiantes y militantes seducidos por el ejemplo de los barbudos cubanos y los exhortos a la revolución del Che Guevara y Fidel Castro. Como en el pequeño y chato país que es Uruguay eran inimaginables las acciones en el campo a partir de un foco guerrillero, lo que prosperó allí, en un principio con bastante éxito, fue la guerrilla urbana. Los antecedentes de esta acción son tal vez las movilizaciones campesinas que encabezó Raúl Sendic, pero su cristalización comienza con la creación del Movimiento de Liberación Nacional (tupamaros) a partir de 1963. Sus acciones, ralas al principio pero muy efectistas, tuvieron larga repercusión internacional. Luego, irían creciendo en número y violencia -secuestros, asaltos, destrucción de bienes públicos, ataques y asesinatos de policías-, desencadenando, por parte de los gobiernos, una política represiva de creciente brutalidad, que, durante el gobierno de Jorge Pacheco Areco (1967-1971) y, sobre todo, desde la victoria electoral, en 1971, de Juan María Bordaberry, llegó a echar por la borda la legalidad y a transgredir con los peores excesos los derechos humanos. Bordaberry, del Partido Colorado, gobernó en estrecho contubernio con las Fuerzas Armadas y terminó por cederles totalmente el control del poder en 1974. La eficacia de las acciones de los tupamaros, contra las que durante buen tiempo las autoridades parecieron impotentes -un hecho espectacular que daría la vuelta al mundo fue la captura y asesinato del asesor policial norteamericano Dan Mitrione-, atizó la violencia contrarrevolucionaria, los atropellos a los derechos humanos, la práctica generalizada de la tortura y el asesinato por unos gobiernos que, con el pretexto de combatir la subversión, impusieron la censura, recortaron las libertades públicas, hicieron tabla rasa de los derechos civiles y clausuraron periódicos y sindicatos, convirtiendo en poco tiempo la democracia modelo de América Latina en una republiqueta tercermundista, en manos de una oligarquía militar autoritaria. (...)

Los últimos años de su vida, en Madrid, Juan Carlos Onetti los pasó acostado. No porque estuviera enfermo, pues, pese a las grandes cantidades de alcohol que había consumido en su vida y a los achaques naturales de la edad, se conservó bastante bien hasta el final, de cuerpo y de espíritu. Más bien por desinterés, desidia, una cierta abulia vital y esa neurosis pasiva que cultivó toda su vida, ahora acrecentada por la vejez. Se levantaba y salía alguna vez, desde luego, pero era algo excepcional en una rutina cotidiana que por lo general transcurría en su piso madrileño, él en pijama, la barba crecida y los ralos cabellos revueltos, tumbado en la cama, leyendo novelas policiales y el vaso de whisky siempre a la mano. Para resolver todos los asuntos prácticos y atender a los visitantes siempre estaba allí, cerca, la diligente e incansable Dolly. Mucha gente venía a tocar a su puerta, ahora que se había convertido, en España y América Latina, en una leyenda viviente, en un folk-hero. Y lo sorprendente es que él solía recibirlos y charlar con ellos, en vez de echarlos con las cajas destempladas, como hacía antaño con quienes venían a tratar de curiosear en su vida privada. La vejez ablandó su hosquedad. Lo he comprobado al verificar que en los últimos diez años de su vida concedió más entrevistas que en los setenta anteriores. Según Dolly, muy en contra de lo que ocurría en sus novelas, donde los narradores suelen detestar a los niños, en su vida personal Onetti los acariñaba y solía jugar con ellos, y uno de sus lamentos recurrentes era haberse separado de su hija, en razón de su divorcio, cuando Liti tenía apenas tres años. Uno de sus grandes amores, en esos catorce últimos años de su vida, fue la perra Biche (de Beatrice), con la que Onetti podía pasar horas jugando y hasta solía dormir con ella.

Llegó a la muerte sin angustia ni temor, acaso porque la muerte había estado siempre muy presente en su vida. Muchas veces dijo a Dolly que a menudo veía a la gente que lo rodeaba como si fueran esqueletos. En sus periodos de crisis, cuando, sin poder escribir ni leer, se encerraba en un mutismo y soledad totales, amenazaba a veces con quitarse la vida. Pero, al final de su vida, esperó la partida con total serenidad, leyendo sin descanso, o, mejor dicho, releyendo muchos libros -entre ellos, siempre novelas policiacas- que tenía muy presentes en la memoria, como Laura, de Vera Caspary, que llevó al cine en una adaptación maravillosa Otto Preminger, y que, según Dolly, releyó hasta una docena de veces. Los últimos días, en el hospital, tuvo siempre un libro en la mano hasta el instante de morir.

José Manuel Caballero Bonald ha dejado un animado boceto de este Onetti de los últimos años: "Un día de un otoño de los años ochenta fui a visitar a Onetti. Vivía en un piso algo sombrío y estaba retenido en una de sus más obstinadas fases de acostado. Esa situación de residente estable en la cama dotaba al novelista de un manifiesto aire de enfermo imaginario o de excéntrico personaje de alguna novela no escrita todavía. Y allí estaba Dolly ejerciendo de veladora de cada uno de los días de Onetti, esa última y definitiva mujer sin la que muy deficientemente se puede entender en puridad la vida de un escritor. Cuando yo lo conocí, se había pasado del vino tinto al whisky -por prescripción facultativa, según decía- y sólo leía novelas policiacas: Chandler, Simenon, Hammett, Jim Thompson, incluso algunas novelitas negras de frágil calidad y enredo curioso. También oía de vez en cuando algún tango de la buena época y algún bolero clásico. Apenas escribía o sólo escribía fragmentos hipotéticamente aprovechables, esas verbosidades de insomnio que trataría luego de acomodar entre otros textos más elaborados. O que perdería adecuadamente en el desarreglo general del tiempo. Es posible que el visitante alcanzara a tener una sensación predecible: que aquel señor con aspecto de convaleciente taciturno no podía ser el mismo que escribiera páginas tan definitivamente seductoras. Pero de todo eso, como diría Onetti, hace ya muchas páginas".

El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti, de Mario Vargas Llosa (Alfaguara). 240 páginas, 17,50 euros. A la venta el 19 de noviembre.

© Diario EL PAÍS S.L. - Miguel Yuste 40

Bloom o el arte de ganar enemigos

A punto de terminar su esperadísimo Laberintos de vida , el gran crítico estadounidense arremete, una vez más, contra Harry Potter y las ganadoras del premio Nobel Doris Lessing y Toni Morrison. Y tras elogiar los poemas juveniles de Barack Obama, recuerda que la literatura aún puede iluminar el mundo de hoy


Por Juana Libedinsky 
Para LA NACION 

Después de una operación de corazón a la que se sometió el año pasado, seguida de varias intervenciones médicas complicadas ("puedes poner que casi me muero por lo menos dos veces", aclara a esta periodista), a los 78 años Harold Bloom está por terminar lo que calcula será su último gran libro de crítica teórica. Una especie de summa de las tres fases de su producción: "los comienzos defendiendo al Romanticismo de las garras de T.S. Eliot y su cuadrilla, seguido por el cuerpo literario a partir de La angustia de las influencia y finalmente los trabajos para acercar los grandes autores a lectores no especializados", resume. 

El libro se llamará Laberintos de vida . "Borges lo hubiese entendido -subraya-. No puedo continuar mi trabajo inicial con una teoría general que abarque todas las relaciones de influencia en la literatura del mundo occidental sin que la empresa se vuelva un laberinto en sí. Según uno de mis estudiantes, aunque yo digo que hago crítica literaria, en realidad toda mi obra no sería más que un continuo poema antiteológico en prosa. En el caso de Laberintos de vida , eso será más que cierto porque girará en torno a mi fascinación por el laberinto, figura absolutamente crucial de la literatura épica de Occidente, empezando con Virgilio, Ovidio, Dante, Chaucer, y con especial énfasis en el romanticismo, que fue mi primera especialidad académica y que quiero compartir con todo tipo de lectores". 

"Igual -suspira- no sé para qué hago tamaño esfuerzo. Para mí está claro que sólo voy a ser recordado como el viejo al que no le gustaba Harry Potter." 

Cualquiera que haya entrevistado más de un par de veces a Harold Bloom sabe que debe tomar sus suspiros con pinzas. Después de todo -y a pesar de sus continuas protestas en el sentido contrario- pocas cosas parecen darle tanto placer como escandalizar al establishment académico políticamente correcto que lo ha tildado de dinosaurio reaccionario o contradecir los gustos populares que le parecen impuestos e inflados. 

Aún así, en esta cálida tarde otoñal, mientras tomamos un café en tazas que rezan "La locura oculta el genio" con una larga lista de creadores impresa en el fondo, sus quejas siguen. Bloom asegura que nunca debería haber hecho la lista de libros más famosa de la historia, la de su clásico El canon occidental : "me lo pidieron los de la editorial e inocentemente accedí", resopla. Asimismo, aclara que él no buscó convertirse en la némesis de Harry Potter. "De The Wall Street Journal me encargaron que hiciera una reseña y yo la escribí con la mayor imparcialidad, pero quedé estupefacto por lo malo que era ese libro. Es decir, ¡qué basura! No leí los demás volúmenes por todo lo que sufrí para terminar el primero sólo para cumplir con el diario, imaginate". También jura haberse arrepentido de haber denostado a Stephen King, cuyos fans luego le dieron terribles dolores de cabeza. Y, para Bloom, es una suerte no haber leído nunca a J-M.G. Le Clézio, ya que dice estar harto de la polémica que despiertan sus comentarios sobre los escritores ungidos con el premio Nobel. 

"¿Has visto lo que Doris Lessing dijo sobre mí en una entrevista reciente en el New York Times " -pregunta sin poder contener un brillo divertido en sus ojos que contradice el presunto pesar que le causan las polémicas- "¡Me llamó maldita perra Bloom! Y dijo que si yo gano el Nobel ella no será tan cruel conmigo como yo fui al opinar sobre ella. Querida Doris: ¡en los ciento y pico de años que existe el Nobel de literatura, éste jamás fue para un crítico literario y dudo que a esta altura el jurado vaya a cambiar de criterio!" 

Evidentemente, un año de serias y continuas enfermedades no ha hecho mucho por aplacar el genio de Bloom. Por el contrario, el autor de Shakespeare o la invención de lo humano , Qué leer y por qué y Genios , además de una veintena de libros, muchos de los cuales fueron best sellers mundiales (una rareza para un crítico literario), está considerablemente más delgado y rebosante de energía. Después de terminar su libro, este otoño vuelve a enseñar Shakespeare en la Universidad de Yale ("de mi clase me van a tener que sacar muerto o a la fuerza", es su mantra). Tras militar por Barack Obama primero contra Hillary Clinton ("esa horrible mujer") y luego contra John McCain ("soy un viejo socialista que no votaría a los republicanos ni para manejar la perrera"), ahora, a través de las páginas de The New York Times , se ha puesto a darle consejos a su candidato acerca de cómo manejar la crisis financiera? sobre la base de la lectura del poeta y ensayista del siglo XIX, Ralph Waldo Emerson.

Evidentemente Harold Bloom, quien pasó gran parte de su vida denunciando el academicismo estéril, es una figura original, y, según cuenta, lo ha sido desde siempre. Nacido en Nueva York en 1930, hijo de inmigrantes judíos de Europa oriental, su lengua materna fue el idisch y sus padres le enseñaron a leer en hebreo. A los cuatro años él se enseñó a sí mismo a leer en inglés. Bloom reconoce haber sido un chico "muy raro" y que las mismas cosas que le gustaban a los nueve o diez años, como Blake, Shakespeare o recitar los poemas de Milton de atrás para adelante aprovechando su prodigiosa memoria, son del tipo que disfruta ahora. 

-¿Ninguna novedad en estos últimos años? 

-El único gran cambio ha sido mi apreciación de Walt Whitman. Leo a Whitman todos los días, ahora lo voy a empezar a enseñar junto a Shakespeare y, como memorizo todo lo que me gusta, cuando no estoy leyendo a Whitman me recito a mí mismo en voz alta sus poemas. Borges estaría de acuerdo conmigo también en esto: me he dado cuenta de que, en el Nuevo Mundo, no hay ningún escritor que haya sido tan revolucionario en términos de la conciencia humana como Whitman. El nos da una gran puerta de acceso a nosotros mismos, con un control del lenguaje sutil y evasivo. Aunque Whitman trató de llegar al hombre común con su trabajo, éste no tiene la simpleza que se le atribuye, sino que es infinitamente delicado. Tengo 78 años y, a Dios gracias, una buena mujer con la que cumplimos 50 años de casados. Pero, al final, todos estamos solos y Whitman es el mejor solaz. 

-Esa es la principal función de la buena literatura, ¿verdad? 

-Los buenos libros de los grandes autores, como Cervantes, Shakespeare, Proust, Joyce, o los grandes poetas, no ayudan a convertirnos en mejores ciudadanos, no nos dicen cómo vivir nuestra vida, y temas como la enfermedad o la muerte trascienden por completo cualquier ayuda que la literatura pueda dar. Sin embargo, los buenos libros nos enseñan a hablar con nosotros mismos y a conocernos a nosotros mismos. No digo que permitan entendernos a nosotros mismos porque es imposible que los seres humanos siquiera empiecen a entenderse a sí mismos o a los demás, salvo Shakespeare, que parece haber entendido a todos sus personajes. Pero los buenos textos, como los de Whitman, aumentan la conciencia y la percepción del ser humano sin deformarla o malformarla. Eso es algo extraordinario. Se puede expandir nuestra conciencia por un tiempo con drogas duras, con alcohol, con relaciones ilícitas y perversiones de todo tipo, pero finalmente todo esto acaba por destruirla. La buena literatura tiene el mismo poder sin ninguna de las contraindicaciones. 

En la casa de Bloom, ejemplos de esta buena literatura están por todas partes y literalmente no queda superficie alguna sin libros apilados salvo, sorprendentemente, el baño. En una visita anterior, Bloom había explicado que evitaba ese hábito tan común en otros hogares por razones cabalísticas: para esa tradición judía, no se pueden llevar libros sagrados al baño y, como para Bloom todos los libros que escoge son sagrados, los baños terminan siendo los únicos espacios libres de literatura en su casa. En cambio, hay lápices y anotadores debajo de cualquier almohadón que uno levante en los sillones, también en la escalera y hasta entre los platos. A Bloom no le gusta limitarse a escribir en un escritorio sino que lo hace incluso en la cocina, entre las ollas y sartenes de su mujer Jeanne. Asegura que, para concentrarse, lo mejor es que la vida siga su curso alrededor de él pero sin él. La decoración de la zona baja de la casa de dos plantas de madera típica de Nueva Inglaterra se completa con una serie de animalitos de peluche con reminiscencias literarias, entre ellos uno parecido a un marsupial, con el que estaba obsesionado el poeta Dante Gabriel Rosetti, y un teléfono que no para de sonar. 

Llaman amigos de la pareja, llaman de las editoriales para pedirle introducciones a clásicos ("¿cuántas miles habré hecho ya?", se congratula) y de la universidad por temas administrativos. Bloom no usa e-mail, y tal vez por eso se apilan cientos de cartas de fans de todo el mundo, que Jeanne le lee con cuidado, así como la infinidad de mensajes de correo electrónico que le envían a ella para su célebre marido. 

"Realmente me conmueven. Cada vez que me entra la desesperación por el estado de la literatura en el mundo académico, cooptado por la izquierda intelectual más intolerante que no puede ver más allá de lo políticamente correcto, recuerdo que está toda esta gente común que aún lee por amor a la lectura y no a ideologías políticas, gente de todo el mundo que lee a Flaubert y Borges, Milton y Dante, Borges y Cervantes, y que buscan en mí una guía para acceder a textos que pueden ser complicados. Aunque nunca fue mi objetivo convertirme en esa guía, es algo que hago con gran placer", asegura satisfecho. 

-Como guía, ¿qué libros les pediría a sus seguidores que no lean, aunque estén de moda y avalados por el periodismo literario? 

-¿Por dónde empezar? Sobre todo, el gran problema son las que yo llamo "piezas de época". Por ejemplo, esa silla en la que estás sentada, que compramos hace décadas cuando el estilo estaba de moda, como está relativamente bien hecha, es una pieza de época pero nadie diría que es una antigüedad. El problema es cuando ciertos libros y obras de arte se convierten en piezas de época como esta silla. Es decir, que son exaltados en un momento dado, y que están bien construidos, pero que 30 años más tarde no importarán nada. Por supuesto que Harry Potter ni siquiera es una pieza de época porque no está bien hecho, es una basura para el tacho. Pero un buen ejemplo serían los libros de los autores que han recibido la mayor parte de los últimos premios Nobel y los premios literarios en general. Toni Morrison, una querida amiga y muy buena persona, de Beloved en adelante ha escrito piezas de época y eso le hizo ganar el Nobel. Pearl S. Buck, la escritora norteamericana ganó en los años 30 el Pulitzer con una novela pseudochina, La buena tierra, una célebre pieza de época que ya nadie recuerda. Carlos Ruiz Zafón también escribe piezas de época? 

-¿Ningún Nobel reciente le gusta? 

-Saramago es un escritor de verdad. Pinter, bueno, se podría debatir si su dramaturgia sobrevivirá el paso del tiempo o no. Pero la mayor parte de los elegidos han sido muy, muy malos. Que hayan premiado a Doris Lessing en particular está más allá de lo verosímil. Ciencia ficción de quinta y encima políticamente correcta ?¡horrible! 

-¿Quién debería ganar el Nobel? 

-Durante años me han consultado por el premio, pero jamás nadie escuchó mi opinión. Realmente no lo sé, porque a cualquiera que tenga el nivel más alto de genio artístico está garantizado que no se lo dan. Pero no siempre fue así. A Yeats, a Beckett, se lo dieron. Pero piensa en las voces extraordinarias del siglo XX, como Kafka, Proust y Joyce. Ninguno de ellos lo recibió. De los latinoamericanos, a Borges no se lo dieron porque fue percibido como un hombre de derecha. Por supuesto que no lo era, fue un feroz opositor del antisemitismo, de Perón y del fascismo argentino. También se opuso a algunas de las tonterías de Neruda, y ese tipo de cosas le costaron el premio. Respecto a García Márquez, bueno, no quisiera herir sus sentimientos, pero así como El amor en tiempos del cólera es fantástico, no estoy seguro de que Cien años de soledad no sea una pieza de época, encantadora y brillante, pero pieza de época al fin? 

-¿Cuál considera que ha sido el mejor libro de Harold Bloom hasta ahora? 

-Un libro que escribí más de diez años atrás y que nadie entendió, llamado La religión americana , que acaba de ser reeditado. En él sostengo que aunque Estados Unidos se llame a sí misma una nación cristiana, en realidad las distintas corrientes del protestantismo que le son típicas no tienen nada que ver con el cristianismo. Por el contrario, mezclan aspectos de un antiguo tipo de gnosticismo con un entusiasmo y un egoísmo únicos. Cada vez que miro una encuesta de Gallup sobre la religión en Estados Unidos me recorre un escalofrío. Tenemos un país donde el 93 por ciento de la población dice que cree en Dios. Ellos no saben lo que eso quiere decir y yo tampoco, así que podemos olvidar esa parte. Pero casi nueve de cada diez personas dicen creer que Dios los ama de una manera individual y personal. Eso es único en la historia del mundo. El gran Spinoza ya decía que debíamos aprender a amar a Dios sin esperar que nos ame en respuesta, pero esa es la máxima menos americana que uno podría imaginar. Así que, para bien o para mal -y en algunos aspectos es mejor así- Estados Unidos no es una nación cristiana, o no, al menos, en el sentido doctrinario, histórico, teológico, institucional de la vieja Europa. Tenemos frente a nosotros un curioso tipo de religión que es una creación puramente norteamericana. 

Para Bloom, junto con el psicoanálisis, la religión es la gran pasión que ha acompañado siempre su interés por la literatura. Además de La religión americana , ha escrito libros donde aplica la crítica literaria a textos sagrados, como el polémico Jesús y Yahvé, los nombres divinos . Por eso, para su próximo y último gran libro teórico, en el que continuará y ampliará su teoría sobre la influencia, le está resultando muy difícil dejar los temas divinos de lado. 

"La malinterpretación creativa de quién te produjo es un proceso que ocurre todo el tiempo no sólo en la literatura sino en los matrimonios, entre los amantes, padre e hijos y en lo sagrado. La manera en la que un ser humano influencia a otro ser humano es de lo que está hecha la vida, y para escribir sobre ello de manera comprehensiva habría que ser más que Platón, más que el doctor Freud, más que Montaigne. Yo no sufro de espejismos. Sé que no soy ni Platón ni Freud ni Montaigne, ni siquiera soy Emerson. Aunque amo y adoro a Emerson y he intentado jugar su papel, Emerson nunca fue tan controvertido como soy yo, ni su figura despertó tanta resistencia, así que debo limitar el espectro de temas del que puedo hablar. Me tengo que contentar con hacer algo que sea más acotado, dejando afuera, con gran esfuerzo, la religión y el psicoanálisis. Veremos si se puede salir de un laberinto sin ellas?". 

Bloom, en cambio, ya tiene la receta para empezar a salir de la crisis económica. En una nota en la revista The N ew Yorker aprobó dos poemas que su candidato, Barack Obama, escribió en su juventud (o al menos los calificó como mucho mejores que los que escribieron otras figuras políticas, como el ex presidente Jimmy Carter, a quien Bloom llamo "el peor poeta de la historia de Estados Unidos"), Bloom sostiene que se debe mirar mucho más atrás para cualquier respuesta a la actual coyuntura. 

"Quien dirija el nuevo gobierno de Estados Unidos tiene que volcarse a la lectura de Ralph Waldo Emerson", sentencia. 

Emerson vivió la gran depresión de 1837, en la cual casi la mitad de todos los bancos en Estados Unidos quebraron por especulación financiera, y del pánico bursátil el poeta y ensayista pudo sacar fuerza para mirar hacia adelante. 

Más allá de la tradición literaria, asegura Bloom, Emerson ha mantenido un claro efecto sobre la sociología y política norteamericanas. Para la derecha, está su insistencia en la necesidad de recordar los intereses privados como parte del bien común, y para la izquierda está su exaltación de un posible "Adán americano", un hombre nuevo en un nuevo mundo de esperanza. Todo esto (y posiblemente mucho más, concede) será necesario para que el nuevo presidente de los estadounidenses saque al país adelante. Pero sin la buena literatura, insiste Bloom, poco podrá surgir que valga la pena. 

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De fe poética. Para el autor de El canon occidental, 

la gran novedadde sus últimos años ha sido

 su redescubrimiento de la obra de Walt Whitman


Sábado 8 de noviembre de 2008 | Publicado en la Edición impresa 

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