martes, 10 de febrero de 2009

GUTIÉRREZ. En su nueva novela el escritor piurano

El poder erótico

Por: Ricardo González Vigil

Giancarlo Shibayama/ ARCHIVO

GUTIÉRREZ. En su nueva novela el escritor piurano bucea en las luces y sombras de la condición humana.


La mayor novedad de la Feria del Libro de Trujillo fue la flamante novela del gran escritor Miguel Gutiérrez (Piura, 1940). Ágil, envolvente, divertida, “Confesiones de Tamara Fiol” ilustra la maestría con que Gutiérrez, como pocos en la narrativa hispanoamericana, bucea en las luces y sombras de la condición humana, y pone al centro los abismos psicológicos de sus protagonistas, pero los conecta con su contexto social e histórico y logra que ambas dimensiones (la vida interior y el marco colectivo) eviten el maniqueísmo moral y el esquematismo meramente funcional (humanamente superficial) de los relatos de acciones.
Resulta deslumbrante constatar cómo las diversas novelas de Gutiérrez exploran formas discursivas. En el caso de “Confesiones de Tamara Fiol”, las posibilidades y los límites de la crónica y del reportaje, formas de la literatura de no ficción que propulsó la revista “Narración” que animó Gutiérrez en su juventud. El narrador Scott Batres comprenderá que el discurso de la novela supera las limitaciones de la crónica o del reportaje, en la meta de ventilar los abismos del ser humano; de joven había escogido ser cronista de guerra porque pensaba que “el género novelesco (salvo en su modalidad de “novela no ficticia”) había caducado de manera definitiva” (p. 380).
Sucede que, aunque “Confesiones de Tamara Fiol” aborda la historia política del Perú (no omite, además, varios conflictos en otras partes del mundo) desde el anarquismo de la época de González Prada hasta la vorágine terrorista de 1992, el tema central es otro: “Más que la guerra (la desatada por la subversión senderista), trata de la pasión amorosa de una luchadora y mujer de moral superior que sucumbe al poder erótico de un sujeto repulsivo como fue Raúl Arancibia” (p. 221).
Más aun, desnuda la rigidez ideológica de las novelas de propaganda comunista: “Resulta fatal para las ficciones, y agregaría que también para las crónicas y reportajes que aspirasen a la verdad y no a la sátira o la caricatura” (p. 226).
En cambio, nada es rígido en la novela de Gutiérrez, ni el lenguaje (lleno de humor y matices) ni la trama. Prima el deseo de gozar la vida de sus protagonistas, la complejidad con que expresan-disfrazan su verdad interior (Raúl defiende que sus mentiras lo retratan de verdad), la fuerza del resentimiento (gran tema de “La violencia del tiempo”), la mezcla del amor y del odio (en Tamara, Raíl, pero también en Morgan frente a sus padres y amadas).
Al final, queda abierto el enigma de quién mandó a matar a Raúl.

ARGUMENTO

Al realizar un reportaje sobre las mujeres de Sendero Luminoso, Morgan Scott Batres quedó insatisfecho porque solo obtuvo respuestas fijadas por el partido. Pero varios de sus amigos peruanos le mencionaron a Tamara Fiol, una mujer de izquierda, de gran personalidad, erótica e inteligente, envuelta en una pasión destructiva con el abominable Raúl Arancibia, asesinado ¿por senderistas, con la complicidad de Tamara? ¿Por figuras corruptas del gobierno? ¿Por narcos? Decide entrevistarla, y sus confesiones, entrelazadas a revelaciones de diversas personas, sacan a luz pasiones y resentimientos a los que no resulta ajeno Scott Batres.

TÍTULO: Confesiones de Tamara Fiol
AUTOR: Miguel Gutiérrez
EDITORIAL: Alfaguara

© Empresa Editora El Comercio. Jr. Miró Quesada #300 Lima 1 – Perú

texto de Arturo Corcuera, en homenaje al poeta Vicente Aleiexandre:


VICENTE Y SIRIO

1

Veo a Vicente Aleixandre acompañado de su perro Sirio. Se sentaba junto a él. En su sillón de mimbre solía descansar el poeta bajo un árbol en su jardín. Allí, entre pájaros y poesía, Sirio había crecido y edificado su reino.

Yo fui casi vecino de Aleixandre por una temporada, cuando estuve alojado en la Residencia de Relaciones Culturales, cerca a la Ciudad Universitaria. Fue durante esa temporada que lo frecuenté. Sirio me recibía con alegría y cuántas veces, como viejos amigos, correteamos juntos. Se sabía que Sirio tenía buen olfato para detectar a los poetas amsigos y que sólo era arisco y gruñón con los malos poetas, a los que ladraba sin cesar o mordía si fuera necesario. Yo me llevé, modestia aparte, muy bien con Sirio que merecía cantar.

Aleixandre vivía en Madrid, en la calle Velintonia, ahora lleva su nombre. Sonriente y jovial, asequible y bondadoso, recibía a los intrusos visitantes en su cuarto de trabajo, inundado de libros, objetos de arte, retratos, pinturas. En otoño o primavera lo hacía en el jardín.

No olvidaré nunca su generosidad infinita, sus palabras afectuosas sobre mi poesía: "La poesía breve es muy difícil. Es como dar en el blanco teniendo muy poco tiempo para disparar. Y usted lo ha logrado". Aludía a Noé delirante. Evocaba a sus compañeros de generación: "Federico García Lorca era comparable a una llama. Ardiente, apasionado, inteligente, con una fantasía sin límites... Miguel Hernández parecía un campesino en su aspecto exterior. Tenía mucho de elemental. Era como la tierra o como una roca. Artista sensible y notable poeta, murió encarcelado sin conocer su consagración. Apenas si le conocían los soldados porque leía sus poemas en las trincheras…". Me preguntó por Pablo Neruda y recordó la vez que se conocieron. "Me lo presentó Federico, poco antes de empezar la guerra civil. Me había hablado muy bien de él. Neruda me visitaba a menudo.. En este mismo sitio nos reuníamos muchas veces…En su libro Los encuentros recuerda a Luís Cernuda "vestido de negro, bajo de color el rostro, fina la figura"; a Pedro Salinas lo pinta con "un color dorado, pálido, centellante a un posible sol escondido; precisamente el color de la "manzanilla"; a Manuel Altolaguirre lo veía como "un ángel, que de un traspié caído en la Tierra y que se levantara aturdido, sonriente…y pidiendo perdón"; observaba "firme la frente, prolongada clásicamente en la recta nariz" de Rafael Alberti, que " tenía claridad en los ojos grandes e irradiaba una luz casi rubia"; con estas descripciones completo el retrato de varios de sus amigos en los encuentros de aquel tiempo. A su retorno a América – me encarga, Aleixandre- no olvide de darle mis saludos a Neruda". Y esa ocasión se produjo cuando Neruda llegó a Lima y yo acababa de retornar de España. Al primer encuentro me preguntó por Aleixandre ¿"Siempre vive en Velintonia?". Yo cumplí en transmitirle los saludos del poeta español. Rememoro su voz: "Neruda es lento. Uno se va impregnando poco a poco de su simpatía personal". Por esos días leí la evocación amable que Neruda hace del gran poeta español en su Memorial de Isla Negra: "…mientras enderezaba mi vaga dirección/ hacia cuatro caminos, al número 31 de la calle Welligtonia/ en donde me esperaba/ bajo dos ojos con chispas azules/ la sonrisa que nunca he vuelto a ver/ en el rostro –plenilunio rosado-/ de Vicente Aleixandre/ que dejé allí a vivir con sus ausentes".

En sus numerosas pláticas se interesó por los avatares del Perú, por Lima, tan presentida siempre, por Alejandro Romualdo de quien guarda gratos recuerdos. "Además de de un gran poeta, sé que es un gran luchador. Me llegan noticias de que está perseguido. Meses atrás firmé una carta, con otros escritores, solicitando su libertad al gobierno del Perú.

"Por Carlos Bousoño supo que soy poeta y se resintió conmigo por no habérselo dicho desde un comienzo. Me mostró un ejemplar traducido al alemán de su poesía que le acababa de enviar de la editorial Rowohl bajo el título de Nackt Wieder Gulende (Desnudo como piedra candente). No conocía personalmente a su editor, pero tenía referencias de haber realizado un buen trabajo. "Sé muy poco alemán. Solamente puedo leer las cartas que me escribe mi maestra Eva Sifert. Ella sabe mis limitaciones en el conocimiento de ese idioma. Seix Barral lanzaba en ese invierno del 66 su libro Presencias y estaba a punto de aparecer Retratos con nombre en la Colección El bardo de Barcelona. De este libro, respondiendo a un crítico, opinó: "Realmente estoy contento del impulso originario, no tanto -como siempre- del resultado".

Hasta hoy poseo un poema manuscrito dedicado a Scharlie Pfeiffer, joven alemana, inteligente y actractiva, admiradora de Aleixandre y discípula predilecta de Bousoño, amiga memorable, a quien le arrebaté el poema con el compromiso de devolvérselo después de darlo a conocer en el Perú, promesa que en su primera parte hasta hoy no he cumplido.

De Lima le escribí a Aleixandre en varias oportunidades y recibí respuesta a vuelta de correo. No olvidaba en mis cartas de enviarle efusivos saludos al humanísimo Sirio, de "hondos ojos apaciguados" .En Retratos con nombre cantó a Sirio: "Tus largas orejas suavísimas, tu cuerpo/ de soberanía y fuerza,/ tu pezuña que toca la materia del mundo,/ el arco de tu aparición y esos hondos ojos apaciguados/ donde la creación jamás irrumpió como una sorpresa".

Conservo con devoción una carta suya en la que me da cuenta de la amorosa y callada muerte de Sirio junto a él. "Recuerdo –me dice- nuestras pláticas en Velintonia y siempre espero que algún día se reanuden, Sirio de quien usted hace memoria, murió el año pasado mientras dormía a mi lado". En otra de sus cartas me expresa su pesar por no poder venir a América y me comunica también una simpática noticia: "Un día aparecerá usted por la puerta de Velintonia. Encontraría ahora una novedad: un nuevo Sirio lo recibiría alborozado". Pero yo sé que en la Calle Vicente Aleixandre (antes Velintonia), adonde ya nunca más iré, me estarán esperando dos ausencias.

2

A los pocos años de su muerte, me enteré por los cables que la casa de Aleixandre está sola y abandonada, marchitas las enredaderas y polvorientas las paredes. El último inquilino que se instaló , como si hubiera crecido en el jardín un arbusto desgreñado, fue un mendigo. Allí, entre los árboles, duermen bajo tierra los tres perros que sucesivamente acompañaron al poeta. Los tres tuvieron por nombre Sirio. Yo conocí sólo al segundo. La noticia del deterioro de su casa conmovió a amigos y extraños. La casa, donde tantas veces se reunieron los poetas del 27, también se ha comenzado a morir. Es ahora una casa en sombras. Se mudaron a las estrellas esos "dos ojos con chispas azules" de los que habla en su poesía Pablo Neruda.

3

Meses después de la muerte de Aleixandre, 16 poetas españoles resaltaron la obra y la personalidad del poeta en un acto en el que intervinieron también dos compañeros de generación: Rafael Alberti y Dámaso Alonso que por entonces sobrepasaban los 80 años. Tanto Carlos Bousoño como Claudio Rodríguez leyeron poemas a Sirio, esa trinidad de perros que llevaron el mismo nombre sucesivamente y que acompañaron su soledad sagrada. Y fue Claudio Rodríguez recordó quien recordó que Sirio jamás ladraba ni a los niños ni a los pobres y que sólo atacaba a los malos poetas, a quienes solía percibir con el afinado olfato crítico que poseía.

Arturo Corcuera,

Perú

(Texto proporcionado por Carlos Ostolaza).
De: BOSQUE DE PALABRAS,

TRIBUNA: MARIO VARGAS LLOSA

Secuelas de dictadura

Un escándalo de 'chuponeo' o espionaje ilegal sacude la política y el mundo empresarial de Perú. El sustrato del caso es el poso de corrupción y envilecimiento cívico heredado del periodo Fujimori-Montesinos

MARIO VARGAS LLOSA 08/02/2009


El feo peruanismo chuponear -feo por su viscosa fonética y por su significado- significa interceptar las comunicaciones entre las personas con un propósito delicuencial. Está ahora de moda en el Perú a raíz del descubrimiento de unos audios grabados ilegalmente de conversaciones telefónicas en que dos antiguos militantes del Partido Aprista, Rómulo León Alegría y Alberto Químper, uno de los cuales fue ministro en el primer gobierno del presidente Alan García, hacían tráfico de influencias a favor de empresas y personas interesadas en obtener licitaciones y contratos del Estado y se felicitaban de las comisiones que por ello recibían: "¡Hemos hecho un faenón, hermano!". Ambos han sido expulsados del Apra, están presos y su conducta se ventila ante el Poder Judicial.


Violaban la privacidad para obtener poder, contratos, influencia o extorsionar
a sus rivales

Son nuevos demócratas, con el whisky en la mano y la sonrisa del
triunfador en las páginas sociales


Aunque el presidente García no ha sido personalmente afectado por el escándalo -los audios prueban que hacía tiempo se negaba a recibir al ex ministro implicado, y en un discurso ha llamado "ratas" a los protagonistas- el episodio provocó la caída de todo el gabinete y, ahora, ha tenido un rebrote publicitario con la captura de los chuponeadores: una compañía llamada Bussiness Track, de la que forman parte varios oficiales de la Marina de Guerra, algunos en activo y otros en situación de retiro. Los registros policiales de los ordenadores y archivos de la empresa en cuestión, y la aparición de más de ochenta nuevos audios que llegaron misteriosamente a manos de un periodista, han provocado toda clase de conjeturas. Se habla de una vasta clientela de individuos y empresas particulares que encargaban las ilegales interceptaciones de Buissness Track y otras compañías de la misma índole -por lo visto hay varias en plena actividad- para servirse de ellas contra sus competidores o en problemas más íntimos, como los pleitos de divorcio. Decenas y acaso centenares de personas del mundo profesional, industrial y comercial operando en la más flagrante ilegalidad y sin el menor escrúpulo.

Hay razones para alarmarse, desde luego, pero sólo los cínicos y los tontos deberían sorprenderse. Porque el Perú es un país que, como la mayoría en América Latina, tiene una larga tradición de dictaduras y la herencia más profunda y duradera que éstas dejan siempre a las sociedades que las padecen es el eclipse de la moral pública, el envilecimiento cívico. Esta tara persiste una vez que la dictadura se desploma y es uno de los lastres por el que las democracias que suceden a los regímenes tiránicos fracasan y a veces terminan en nuevos golpes de Estado.
La interceptación de las comunicaciones se practica en todas partes, desde luego, pero en las democracias dignas de ese nombre ella se lleva a cabo, en cada caso específico, con autorización judicial, y esto ha permitido, por ejemplo, capturar a traficantes de drogas y grandes criminales. Los servicios de inteligencia se valen de ella, también, para combatir el terrorismo, dentro de limitaciones legales estrictas. Y hemos visto en los últimos años las protestas que han merecido en Estados Unidos y en Europa los casos en que los cuerpos de seguridad se extralimitaron, violentando la ley que garantiza la privacidad de los ciudadanos, en sus labores de espionaje.
La pareja criminal Fujimori-Montesinos que fue dueña y señora del Perú por diez años -1990 a 2000- hizo del horripilante chuponeo una práctica generalizada que le servía para conocer la vida íntima de sus críticos y adversarios y poder extorsionarlos, así como para ejercer chantajes y obtener beneficios en las grandes operaciones delictivas en que los forajidos del régimen se robaron cientos de millones de dólares, que comprendían desde negociados mafiosos con la compra y venta de armas hasta pactos y negocios de los carteles internacionales del narcotráfico. Como todas las instituciones del país fueron puestas al servicio de la dictadura, las Fuerzas Armadas, claro está, pasaron también a servir, antes que al Perú, a Fujimori y Montesinos, y por eso hay hoy todavía en la cárcel, cumpliendo condenas o a punto de recibirlas, un buen número de antiguos oficiales que, en esos años sombríos, ensuciaban su uniforme a la vez que se llenaban los bolsillos.

Buen número de ellos ejercitaban el chuponeo desde las modernas instalaciones importadas para el efecto por el Servicio de Inteligencia que presidía Montesinos, eminencia gris de la dictadura. Cuando ésta finalmente se desmoronó en un fin de fiesta tan calamitoso como payaso (Fujimori huyendo al Japón y renunciando a la Presidencia mediante un fax y Montesinos entregado por los servicios secretos venezolanos de Chávez que lo habían escondido), los expertos chuponeadores se quedaron sin trabajo y, ni cortos ni perezosos, formaron empresas privadas y ofrecieron sus servicios al público. Lo más notable y escandaloso no es que lo hicieran sino que, de inmediato, encontraran tantos clientes en el mundo empresarial. Lo que significa que a una cantidad indiscernible, pero ciertamente grande, de peruanos les parecía -les parece- perfectamente legítimo valerse de una actividad delictuosa e inmoral -la violación de la privacidad- para obtener contratos, influencia, poder o extorsionar a sus competidores y adversarios.

El Perú anda mucho mejor de lo que estaba en aquella década infame, por supuesto. Desde el año 2000, con los tres presidentes que ha tenido desde entonces, Valentín Paniagua, Alejandro Toledo y Alan García, la democracia ha funcionado pasablemente bien en lo esencial -elecciones libres, libertad de prensa, independencia de poderes- aunque sus imperfecciones sean todavía grandes en razón del subdesarrollo, y la buena política económica seguida por los tres ha traído al país un crecimiento y una buena imagen internacional para los inversores sin precedentes en nuestra historia. Acaso lo más sorprendente de estos años haya sido la evolución del presidente Alan García hacia una filosofía liberal y moderna que (en buena hora para el país) defiende y aplica contra viento y marea, incluso contra buen número de sus propios compañeros de partido que siguen anclados en el pasado, sin importarle la impopularidad. El resultado es que, a diferencia de lo que ocurre en otros países latinoamericanos, el Perú, con su apertura al mundo, su apoyo a la empresa privada y su implantación en todos los grandes mercados internacionales, resiste bastante mejor que el resto el cataclismo financiero internacional.

Ahora bien, como lo muestra el escándalo del chuponeo, hay una podredumbre moral agazapada debajo de esa fachada estimulante, que conspira contra todo lo que anda bien y que, si no se corta por lo sano, podría, dadas ciertas circunstancias difíciles, retrocedernos otra vez hacia la barbarie autoritaria. Ésta no empieza cuando los tanques salen a las calles y los uniformados, siguiendo a un mequetrefe militar o civil, asaltan el Parlamento, Palacio de Gobierno y el caudillo toma el poder y comienza a gobernar a punta de úcases. Comienza con el criollo desprecio de las reglas y convenciones que son el sistema sanguíneo de la civilización, el poco respeto no sólo de las leyes sino del espíritu que las anima, y la aceptación de todo lo que las vulnera e instaura la arbitrariedad, la mentira y lo ilícito como norma aceptable de conducta.

El Perú, una democracia en cierto sentido pujante, es, al mismo tiempo, un paraíso de la ilegalidad. Es cierto que buen número de responsables de los crímenes y pillajes de la dictadura han ido a la cárcel, pero muchos más de los que la prohijaron, sirvieron y medraron con ella, andan ahí, reciclados, ahora demócratas de nuevo, con el whiskycito en la mano y la sonrisa del triunfador, adornando las páginas de sociales. Los discos, los libros y los vídeos piratas se venden por doquier y todo el mundo sabe y acepta que la coima sea la única llave maestra para aligerar cualquier trámite administrativo o librarse de las multas y que las multas y los trámites se conciban sólo para poder obtener coimas. ¿Cómo sorprenderse que, en semejante contexto, el traficante de influencias, emboscado bajo la anodina denominación de lobbysta o cabildero, sea un activo protagonista de la vida económica y de que haya empresarios que contratan a los chuponeadores con toda normalidad para descubrir el talón de Aquiles de sus competidores y ganarles los concursos y los pleitos? Son esas silenciosas y diligentes termitas las que, a lo largo de nuestra historia, han hecho que todos nuestros intentos democráticos se desintegren de pronto como momias expuesta al sol. No seamos tan insensatos otra vez más.

Lima, febrero de 2009

© Mario Vargas Llosa, 2009. © Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados

a Diario EL PAÍS, SL, 2009.
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Tomás Eloy Martínez, periodista y escritor argentino



ENTREVISTA: MAESTROS DEL PERIODISMO Tomás Eloy Martínez, periodista y escritor argentino

"El anonimato digital potencia el periodismo amarillo"

JUAN CRUZ 08/02/2009


Tomás Eloy Martínez (Tucumán, Argentina, 1934) sufrió una operación delicada, se sometió a curas prolongadas, y mientras tanto escribió artículos, terminó una novela, Purgatorio, salió a cenar, viajó a México a cumplimentar a su amigo Carlos Fuentes por su cumpleaños, y además tuvo tiempo de salir a cenar con amigos, para discutir con ellos sobre todo lo que se mueve y para seguir siendo un miembro muy activo de la Fundación Nuevo Periodismo que preside otro amigo suyo, Gabriel García Márquez. Es su carácter. Fue periodista de chico, siempre quiso contar historias, y el día en que no cuente historias (verdaderas o de ficción) dejará de ser Tomás Eloy Martínez, el periodista. Nosotros le entrevistamos en su casa de Buenos Aires (tiene otra en New Jersey, en cuya universidad de Rutgers es profesor) en medio de uno de esos vaivenes de salud, que afrontó y afronta como un jabato en la hora más alta de la fabricación de un periódico, o de una novela. Si tú preguntas en Argentina, en cualquier sitio, por el periodista que definiría hoy la pasión por este oficio, quién sería hoy un maestro, y una mayoría te dice este nombre. Aunque ha sido alentado por los premios que ha recibido por sus novelas a abandonar el oficio, esta es su pasión; la ejerció en la revista Primera plana, en el diario La Nación; en el exilio, que le salvó de las garras de la dictadura militar argentina, trabajó como periodista en Venezuela y en México; en este último país, en Guadalajara, puso en marcha en un diario. Aunque ha dirigido redacciones, su pasión ha sido el reportaje, y de esa dedicación es un ejemplo múltiple su recopilación Lugar común la muerte. Su enfermedad no le ha disminuido el énfasis tranquilo con el que se enfrenta a la vida, y en este caso al porvenir del periodismo. Después de hablar con él en Buenos Aires le dijo a unos periodistas argentinos sobre la esencia de sus dos oficios solapados, el escritor de ficciones y el periodista: "La literatura si no es desobediencia no es. La literatura, como el periodismo, son centralmente actos de transgresión, maneras de mirar un poco más allá de tus límites, de tus narices. Todo lo que he escrito en la vida son actos de búsqueda de libertad. Nada me daba más placer -cuando publicaba mis primeros artículos en La Gaceta de Tucumán- que mi madre le dijera a mis hermanas: "Tenemos que ir a misa a rezar por el alma de Tomás, que está totalmente perdida". Con esta alma totalmente perdida tratamos de juntar los pedazos del periodismo de ayer y de hoy.

Tomás Eloy Martínez
A FONDO
Nacimiento:
1934
Lugar:
Tucumán

"Sólo lo escrito permanece. Aquello que no ha sido narrado, no existe; y lo que ha sido escrito se convierte en verdad"


"Con el periodismo, tú le sirves a un lector; le presentas una realidad con la mayor honestidad posible"

Pregunta. ¿De qué viene esta pasión?


Respuesta. Desde que tengo memoria he querido contar historias. Como no me pagan por hacerlo, me desvié hacia el periodismo, donde eso era posible. Escribí crónicas y, como tuve un éxito modesto en esos ejercicios, cuando me propuse escribir novelas no quise dejarme llevar por la facilidad del oficio que había adquirido. Quise componer novelas puras, de espaldas a toda brizna de realidad, y no existen las novelas puras. Yo quería negar todo lo que era (el periodista, el crítico de cine, el investigador de las crónicas de Indias) y de hecho lo negué en mi primera novela, que data de 1967 y no he querido volver a publica.


P. ¿Y el periodista cómo ve ahora este oficio?


R. Ante el periodismo, ante lo que vendrá, siento una cierta perplejidad; las formas de lectura están cambiando vertiginosamente y el periodismo de papel se está convirtiendo en un vehículo incómodo para la lectura. Mucha gente prefiere las versiones on-line de los periódicos, y yo les encuentro un riesgo, sobre todo en los comentarios a las noticias o a las opiniones. Por un lado, hay una libertad necesaria para escribir y para expresarse con soltura. Por el otro, el anonimato de los posteos abre el camino a una peligrosidad impunidad. No me preocupan tanto los descuidos y malos tratos a que se somete el lenguaje, que es nuestra herramienta esencial. Me preocupa más que se lea mal y que esa ligereza en la lectura derive en una ligereza en la acusación. El anonimato encubre una cierta infamia, encubre a veces sentimientos deleznables. Esto no es el periodismo, por supuesto; es una perversión del periodismo, pero es algo para lo cual el periodismo es un vehículo en este momento.


P. Pero ya había periodismo amarillo.


R. Lo había y lo hay. Lo que pasa es que esto potencia, multiplica, la fuerza del periodista amarillo. Todos los días vemos señales de este tipo de periodismo que se manifiesta en forma de acusación. Escribí una columna sobre la carnicería que se hizo con Ingrid Betancourt y con Clara Rojas cuando fueron liberadas por las FARC. Periodistas muy serios, con una larga trayectoria, añadieron leña al fuego de los chismes sobre la intimidad de las ex rehenes.


P. ¿Cómo tendrían que establecerse los límites?


R. Este es un trabajo básico de los editores. Cuando se fundó la Fundación Nuevo Periodismo la intención era proporcionar a los jóvenes periodistas, a través de los talleres, el tipo de educación sobre la edición de textos que habíamos tenido la gente de mi edad durante los tiempos de nuestra formación profesional. Esa educación ha sido arrasada ahora por la rapidez de vértigo con la que se trabaja.


P. ¿Cómo fue esa educación suya?


R. Empecé en el periodismo por necesidad, porque mis padres y yo mismo desconfiábamos de que el trabajo universitario y la literatura fueran a permitirme vivir: Así que empecé trabajando en La Gaceta de Tucumán, como correctoR. Fue una escuela formidable, porque allí estaban todos los profesores desaprobados por el peronismo. Había un gran filósofo francés, Roger Labrousse, una extraordinaria profesora de Historia, María Elena Vela, otra profesora de Filosofía, Selma Agüero... Teníamos conversaciones muy ricas mientras discutíamos los problemas de la gramática o de las separaciones de sílabas. Esa fue mi primera forma de educación periodística. Si cuidas el lenguaje, la ética viene en consonancia, porque la responsabilidad empieza por la herramienta que manejas. Desde el principio yo supe que no había una sola verdad; sé que no hay una sola verdad y que si tú y yo narramos lo que estamos viendo en este momento lo contaríamos de forma diferente.


P. Muchas verdades, y muchas mentiras. Recuerda cuando en Internet se anunció la muerte del Nobel Le Clèzio un minuto después de que le dieran el Nobel...


R. Bueno, eso pasó con Le Clèzio y eso pasa cientos de veces, con muertes, con divorcios, con separaciones, con amoríos... Y no sólo sucede en Internet, sucede también en el periodismo de papel. Hay ejemplos memorables. Recuerda lo que pasó en The Washington Post con Janet Cooke, la periodista que se inventó la historia de un niño que se inyectaba heroína con el permiso de su madre..., y que era una historia falsa. Y la de aquel periodista mitómano que hizo caer a toda la cúpula de editores del New York Times porque no advirtieron que, por pereza, estaba creando una realidad completamente falsa. A ese tipo de tropiezos está expuesto también el periodismo que ahora consideramos verdadero.
Pero yo a ese respecto tengo una anécdota personal.


P. Adelante.


R. En mi primer día en La Nación me encargaron el obituario de Sacha Guitry. La necrológica era un género muy cuidado en el diario; escribí esa con los datos del archivo y con lo que yo recordaba. Me solté el lenguaje, no me fié sólo de los datos, y don Bartolomé Mitre, el director, vino a felicitarme. Sentí entonces que ese eco de un periodismo diferente podía tener una cierta repercusión en los lectores. Después me nombraron crítico de cine, y empecé a escribir críticas iconoclastas, disconformes. Un día nos quitaron la publicidad las grandes productoras; el periódico quiso que reformara mis criterios, y yo retiré mi firma. Me mandaron a ver muertos, a una sección que se llamaba Movimiento marítimo, sobre los ahogados en el Río de la Plata. Era un castigo. Me fui. Y malviví hasta que apareció Primera plana, la revista de Jacobo Timerman. Allí unos jóvenes dimos rienda suelta a nuestro apetito por narrar, y descubrimos otro país. Timerman se fue al año y medio. Nos quedamos al frente de la Redacción tres jóvenes rebeldes.


P. ¿Qué se siente al poner un periódico nuevo en marcha?


R. Un delirio. Con Timerman la revista era más conservadora; en 1963 se preguntó cuál era el hecho cultural del año, y yo dije: "Los Beatles". No salieron, pero pusimos en la portada a Borges, a Cortázar, a García Márquez, a Cabrera Infante. Antes de eso habían tratado muy mal en Primera plana los cuentos de Cortázar y La ciudad y los perros de Vargas Llosa. Descubrimos que había una literatura latinoamericana y gracias a eso fuimos abriendo paso a la literatura y nos alimentamos de ella...


P. Entonces se estaba inventando el nuevo periodismo en Estados Unidos, pero ustedes ya lo hacían en América Latina.


R. Y creo que además entre nosotros nació por instinto, por pura necesidad de narrar, por el vicio de leer novelas y por estar disconformes con el modo que se tenía de narrar la realidad. ¿Por qué no podemos narrar en periodismo como en las novelas? En dos de mis primeras novelas trabajo el nuevo periodismo: en La novela de Perón narro de modo novelesco una investigación muy seria, y en Santa Evita decido invertir los términos del nuevo periodismo. Si en la primera había contado, con los recursos de la novela, lo que me parecía periodísticamente cierto, en Santa Evita narro con los recursos del periodismo una ficción absoluta, y la gente se la creyó.


P. Se mezclan las aguas.


R. Y eso te obliga a tener un cuidado ético muy severo. El lector no se debe sentir confundido: la ficción es ficción y el periodismo es periodismo, porque corres el riesgo de pervertir ambos géneros.


P. Y el periodismo es una materia delicada.


R. Yo parto del hecho de que el periodismo es ante todo un acto de servicio, un servicio al lectoR. Con el periodismo tú le sirves a un lector; le presentas una realidad con la mayor honestidad posible, con los mejores recursos narrativos y verbales de que dispones. Pero en todo momento tienes que dejar bien claro que esa es la realidad que tú has visto, en cuya veracidad confías... En la ficción, en cambio, tienes que dejar en evidencia que esos datos que das no son confiables. Por eso puso debajo del título de Santa Evita la palabra novela.


P. El periodismo es una materia omnipresente. ¡Hasta en Borges!


R. Borges empieza siendo un periodista; dirige un suplemento cultural en el diario Crítica, ¡imagínate, el diario más popular de Buenos Aires! Ahí él arranca haciendo un periodismo de imaginación. De hecho, su Historia universal de la infamia está basada en hechos reales que él transforma en ficciones.


P. Y la obsesión de Gabriel García Márquez por el dato es equivalente a la que siente Truman Capote porque no se le escapen detalles en A sangre fría...


R. En el caso de García Márquez es porque a él le importa mucho la creación de un universo verosímil, aun en las novelas. El lector se identifica más con lo que narras si esto le parece verdadero... García Márquez es un obsesivo de la información; yo lo he visto trabajar en Noticia de un secuestro con una obsesión por la información precisa que va más allá de todo cálculo. Ya era en ese momento un escritor de primera línea, había ganado el premio Nobel y estaba trabajando en ese libro-reportaje como en cualquiera de sus novelas de otro registro. No hay que descreer de un solo dato. En cambio, no le creas ni un solo dato de El general en su laberinto: es todo invención e imaginación.


P. Se retroalimentan el periodismo y la ficción, y juntos constituyen el llamado nuevo periodismo. ¿Qué le dio el uno a la otra?


R. En primer lugar, un mayor y mejor acercamiento del lector al hecho tal como es. Porque proporciona una identificación entre el lector y los personajes a los cuales estás aludiendo. El viejo periodismo decía: "En el tsunami habido ayer en el sureste asiático murieron equis personas; una gran ola avanzó kilómetros y alcanzó aldeas y ciudades...", mientras que el nuevo periodismo empezaría así una noticia como esa: "La señora Tapa Raspatundra estaba en la orilla de su pueblo en Java cuando un enorme nubarrón en el horizonte le hizo prever la catástrofe, tomó a sus niños en brazos y escapó de una tragedia que causó equis muertos". Cuentas el horror de la ola e identificas al lector con un personaje que vive en primer plano la tragedia. El relato introduce al lector en la historia.


P. ¿Y el periodismo de siempre se está alejando del periodismo deseable?


R. Siento que en el periodismo tradicional se trata al lector como si tuviera doce o catorce años; en vez de alzar a los lectores hacia la inteligencia de su medio rebaja su lenguaje. Se trata de masificar el periodismo, y esta es una de las enfermedades de esta época.


P. Otra enfermedad es la conversión de la información en espectáculo.


R. Pensando que esa frivolización atrae lectores... Para eso es mejor publicar en los faldones del diario trozos de novelas, como se hacía en el siglo XIX...


P. Los políticos también son presentados ahora como parte del espectáculo, y ellos mismos se comportan a menudo como si fueran actores, ávidos de la cámara...


R. No dudo que el efectismo sea más entretenido, pero la misión del periodismo es no obedece R. El periodismo es un acto de servicio, pero no es un acto de servilismo, y por lo tanto los periodistas tienen que hacer aquello que su conciencia le dicta... El poder o amordaza o trata de comprar al periodista; pero primero trata de halagarlo, y hay formas muy sutiles de halago; programas en las televisiones del Estado, una forma nueva del sobre a fin de mes.


P. Usted pasó una experiencia central en su vida, la dictadura milita R. En épocas así el periodismo no se reconoce a sí mismo.


R. La dictadura tuvo un efecto muy nocivo, muy venenoso en mi país, y cercenó muchas de las dignidades periodísticas de ese tiempo, no sólo en Argentina, también en Chile... Y yo pasé ese tiempo en Venezuela, en el exilio. En aquella época no existía la posibilidad de acceder a la lectura diaria del periodismo en otro país. En la distancia se veía que aquel proceso que se vivía en Argentina era dictatorial, y atrozmente dictatorial. Recuerdo que a los pocos días de estar en El Nacional de Caracas, donde me acogieron, me pidieron una crónica sobre Argentina. La titulé Una larga marcha entre los escombros; recogía ahí los nueve puntos de la Junta Militar, que condenaba a la ciudadanía a la obediencia ciega. Me decían: "Te equivocas, Videla es el bueno; ha triunfado la línea más civilizada del Ejército, hay una línea más perversa..." La había, pero Videla había preparado arteramente la matanza completa de toda conciencia de la sociedad.


P. Brecht decía que había que cantar también en tiempos sombríos. ¿Y hacer periodismo?


R. En Brasil hubo momentos memorables bajo la dictadura; cuando la censura oficial prohibía la publicación de ciertas noticias los periódicos salían con espacios en blanco allí hubieran sido impresas tales informaciones. En Argentina eso no sucedió. Aquí o eras cómplice o no sabías a qué te exponías. La complicidad fue una exigencia para poder trabajar en el periodismo. Los periodistas chilenos han pedido disculpas por su obediencia a la dictadura de Pinochet. Los periodistas de mi país no han pedido disculpas. Muchos de ellos se enorgullecen de lo que hicieron: creen que hicieron lo correcto y estaban de acuerdo con lo que se hacía.


P. Cuando García Márquez le entregó a Iñaki Gabilondo el premio de la Fundación Nuevo Periodismo le dijo en alto que ahora leía la prensa y se ponía a rabiar como un perro. ¿A usted le pasa?


R. Lo que pasa es que a Gabo le molestan ciertas carencias de calidad en la prensa, ciertos errores en la calidad. Más de una vez se ha ofrecido a corregir gratis El tiempo de Bogotá. Él se levanta rabioso cuando lee títulos mal puestos o equivocados, copetes [entradillas] que repiten la noticia del título...


P. ¿A usted le pasa?


R. No, no me comprometo tanto con lo que leo, soy un lector más pasivo... Me irrita, por ejemplo, la confusión de nombres, porque creo que la identidad de una persona es también un nombre. Si tú confundes a una persona y la llamas de otra manera, disminuyes a esa persona. Y me molestan erratas torpes. Ves una errata y ya no te crees el resto. Y ves un error, y el resto te parece garrafal.


P. Con todo lo que hay sobre la mesa sobre lo que es el periodismo hoy, ¿cuál sería su diagnóstico sobre el porvenir del oficio?


R. Periodistas habrá siempre, como narradores. Defoe es anterior al periodismo, como Homero o Herodoto; eran todos narradores de hechos que daban como ciertos, y la historia sigue en pie gracias a que el hombre siempre tuvo vocación de narrar sus hechos. No narraba las ausencias: narraba aquello que le parecía narrable o contable. Sólo lo escrito permanece; aquello que no ha sido narrado no existe, y lo que ha sido escrito se convierte en verdad. Y eso seguirá siendo así. ¿El periodismo? Las transformaciones son muy vertiginosas. Cuando yo era un niño no había televisión, había radio y era una radio mucho más precaria que la de ahora: En mi primer trabajo en el periódico las grabaciones de las noticias se hacían en cilindros de cera. La primera vez que fui a Madrid a entrevistar a Perón, en 1966, las noticias se transmitían por télex, o por telegrama. Y ahora mira los adelantos que hay. A este ritmo, ¿cómo quieres que prediga el futuro?


P. ¿Y el pasado? ¿Qué le ha dado este oficio?


R. Un buen modo de ganarme el pan. Un modo decoroso, esforzado y muy laborioso. El periodismo generalmente no está bien pagado, pero sea cual fuese el salario yo he procurado dar lo mejor de mi, porque lo que siempre me pareció es que estaba en juego mi persona, mi ser, mi naturaleza humana, y no lo que recibiese a cambio. Eso es lo que me ha dado el oficio.


Tomás Eloy Martínez- ULY MARTÍN

© Diario EL PAÍS S.L. - Miguel Yuste 40 - 28037 Madrid [España] Domingo, 08/2/2009