lunes, 10 de noviembre de 2008

Bloom o el arte de ganar enemigos

A punto de terminar su esperadísimo Laberintos de vida , el gran crítico estadounidense arremete, una vez más, contra Harry Potter y las ganadoras del premio Nobel Doris Lessing y Toni Morrison. Y tras elogiar los poemas juveniles de Barack Obama, recuerda que la literatura aún puede iluminar el mundo de hoy


Por Juana Libedinsky 
Para LA NACION 

Después de una operación de corazón a la que se sometió el año pasado, seguida de varias intervenciones médicas complicadas ("puedes poner que casi me muero por lo menos dos veces", aclara a esta periodista), a los 78 años Harold Bloom está por terminar lo que calcula será su último gran libro de crítica teórica. Una especie de summa de las tres fases de su producción: "los comienzos defendiendo al Romanticismo de las garras de T.S. Eliot y su cuadrilla, seguido por el cuerpo literario a partir de La angustia de las influencia y finalmente los trabajos para acercar los grandes autores a lectores no especializados", resume. 

El libro se llamará Laberintos de vida . "Borges lo hubiese entendido -subraya-. No puedo continuar mi trabajo inicial con una teoría general que abarque todas las relaciones de influencia en la literatura del mundo occidental sin que la empresa se vuelva un laberinto en sí. Según uno de mis estudiantes, aunque yo digo que hago crítica literaria, en realidad toda mi obra no sería más que un continuo poema antiteológico en prosa. En el caso de Laberintos de vida , eso será más que cierto porque girará en torno a mi fascinación por el laberinto, figura absolutamente crucial de la literatura épica de Occidente, empezando con Virgilio, Ovidio, Dante, Chaucer, y con especial énfasis en el romanticismo, que fue mi primera especialidad académica y que quiero compartir con todo tipo de lectores". 

"Igual -suspira- no sé para qué hago tamaño esfuerzo. Para mí está claro que sólo voy a ser recordado como el viejo al que no le gustaba Harry Potter." 

Cualquiera que haya entrevistado más de un par de veces a Harold Bloom sabe que debe tomar sus suspiros con pinzas. Después de todo -y a pesar de sus continuas protestas en el sentido contrario- pocas cosas parecen darle tanto placer como escandalizar al establishment académico políticamente correcto que lo ha tildado de dinosaurio reaccionario o contradecir los gustos populares que le parecen impuestos e inflados. 

Aún así, en esta cálida tarde otoñal, mientras tomamos un café en tazas que rezan "La locura oculta el genio" con una larga lista de creadores impresa en el fondo, sus quejas siguen. Bloom asegura que nunca debería haber hecho la lista de libros más famosa de la historia, la de su clásico El canon occidental : "me lo pidieron los de la editorial e inocentemente accedí", resopla. Asimismo, aclara que él no buscó convertirse en la némesis de Harry Potter. "De The Wall Street Journal me encargaron que hiciera una reseña y yo la escribí con la mayor imparcialidad, pero quedé estupefacto por lo malo que era ese libro. Es decir, ¡qué basura! No leí los demás volúmenes por todo lo que sufrí para terminar el primero sólo para cumplir con el diario, imaginate". También jura haberse arrepentido de haber denostado a Stephen King, cuyos fans luego le dieron terribles dolores de cabeza. Y, para Bloom, es una suerte no haber leído nunca a J-M.G. Le Clézio, ya que dice estar harto de la polémica que despiertan sus comentarios sobre los escritores ungidos con el premio Nobel. 

"¿Has visto lo que Doris Lessing dijo sobre mí en una entrevista reciente en el New York Times " -pregunta sin poder contener un brillo divertido en sus ojos que contradice el presunto pesar que le causan las polémicas- "¡Me llamó maldita perra Bloom! Y dijo que si yo gano el Nobel ella no será tan cruel conmigo como yo fui al opinar sobre ella. Querida Doris: ¡en los ciento y pico de años que existe el Nobel de literatura, éste jamás fue para un crítico literario y dudo que a esta altura el jurado vaya a cambiar de criterio!" 

Evidentemente, un año de serias y continuas enfermedades no ha hecho mucho por aplacar el genio de Bloom. Por el contrario, el autor de Shakespeare o la invención de lo humano , Qué leer y por qué y Genios , además de una veintena de libros, muchos de los cuales fueron best sellers mundiales (una rareza para un crítico literario), está considerablemente más delgado y rebosante de energía. Después de terminar su libro, este otoño vuelve a enseñar Shakespeare en la Universidad de Yale ("de mi clase me van a tener que sacar muerto o a la fuerza", es su mantra). Tras militar por Barack Obama primero contra Hillary Clinton ("esa horrible mujer") y luego contra John McCain ("soy un viejo socialista que no votaría a los republicanos ni para manejar la perrera"), ahora, a través de las páginas de The New York Times , se ha puesto a darle consejos a su candidato acerca de cómo manejar la crisis financiera? sobre la base de la lectura del poeta y ensayista del siglo XIX, Ralph Waldo Emerson.

Evidentemente Harold Bloom, quien pasó gran parte de su vida denunciando el academicismo estéril, es una figura original, y, según cuenta, lo ha sido desde siempre. Nacido en Nueva York en 1930, hijo de inmigrantes judíos de Europa oriental, su lengua materna fue el idisch y sus padres le enseñaron a leer en hebreo. A los cuatro años él se enseñó a sí mismo a leer en inglés. Bloom reconoce haber sido un chico "muy raro" y que las mismas cosas que le gustaban a los nueve o diez años, como Blake, Shakespeare o recitar los poemas de Milton de atrás para adelante aprovechando su prodigiosa memoria, son del tipo que disfruta ahora. 

-¿Ninguna novedad en estos últimos años? 

-El único gran cambio ha sido mi apreciación de Walt Whitman. Leo a Whitman todos los días, ahora lo voy a empezar a enseñar junto a Shakespeare y, como memorizo todo lo que me gusta, cuando no estoy leyendo a Whitman me recito a mí mismo en voz alta sus poemas. Borges estaría de acuerdo conmigo también en esto: me he dado cuenta de que, en el Nuevo Mundo, no hay ningún escritor que haya sido tan revolucionario en términos de la conciencia humana como Whitman. El nos da una gran puerta de acceso a nosotros mismos, con un control del lenguaje sutil y evasivo. Aunque Whitman trató de llegar al hombre común con su trabajo, éste no tiene la simpleza que se le atribuye, sino que es infinitamente delicado. Tengo 78 años y, a Dios gracias, una buena mujer con la que cumplimos 50 años de casados. Pero, al final, todos estamos solos y Whitman es el mejor solaz. 

-Esa es la principal función de la buena literatura, ¿verdad? 

-Los buenos libros de los grandes autores, como Cervantes, Shakespeare, Proust, Joyce, o los grandes poetas, no ayudan a convertirnos en mejores ciudadanos, no nos dicen cómo vivir nuestra vida, y temas como la enfermedad o la muerte trascienden por completo cualquier ayuda que la literatura pueda dar. Sin embargo, los buenos libros nos enseñan a hablar con nosotros mismos y a conocernos a nosotros mismos. No digo que permitan entendernos a nosotros mismos porque es imposible que los seres humanos siquiera empiecen a entenderse a sí mismos o a los demás, salvo Shakespeare, que parece haber entendido a todos sus personajes. Pero los buenos textos, como los de Whitman, aumentan la conciencia y la percepción del ser humano sin deformarla o malformarla. Eso es algo extraordinario. Se puede expandir nuestra conciencia por un tiempo con drogas duras, con alcohol, con relaciones ilícitas y perversiones de todo tipo, pero finalmente todo esto acaba por destruirla. La buena literatura tiene el mismo poder sin ninguna de las contraindicaciones. 

En la casa de Bloom, ejemplos de esta buena literatura están por todas partes y literalmente no queda superficie alguna sin libros apilados salvo, sorprendentemente, el baño. En una visita anterior, Bloom había explicado que evitaba ese hábito tan común en otros hogares por razones cabalísticas: para esa tradición judía, no se pueden llevar libros sagrados al baño y, como para Bloom todos los libros que escoge son sagrados, los baños terminan siendo los únicos espacios libres de literatura en su casa. En cambio, hay lápices y anotadores debajo de cualquier almohadón que uno levante en los sillones, también en la escalera y hasta entre los platos. A Bloom no le gusta limitarse a escribir en un escritorio sino que lo hace incluso en la cocina, entre las ollas y sartenes de su mujer Jeanne. Asegura que, para concentrarse, lo mejor es que la vida siga su curso alrededor de él pero sin él. La decoración de la zona baja de la casa de dos plantas de madera típica de Nueva Inglaterra se completa con una serie de animalitos de peluche con reminiscencias literarias, entre ellos uno parecido a un marsupial, con el que estaba obsesionado el poeta Dante Gabriel Rosetti, y un teléfono que no para de sonar. 

Llaman amigos de la pareja, llaman de las editoriales para pedirle introducciones a clásicos ("¿cuántas miles habré hecho ya?", se congratula) y de la universidad por temas administrativos. Bloom no usa e-mail, y tal vez por eso se apilan cientos de cartas de fans de todo el mundo, que Jeanne le lee con cuidado, así como la infinidad de mensajes de correo electrónico que le envían a ella para su célebre marido. 

"Realmente me conmueven. Cada vez que me entra la desesperación por el estado de la literatura en el mundo académico, cooptado por la izquierda intelectual más intolerante que no puede ver más allá de lo políticamente correcto, recuerdo que está toda esta gente común que aún lee por amor a la lectura y no a ideologías políticas, gente de todo el mundo que lee a Flaubert y Borges, Milton y Dante, Borges y Cervantes, y que buscan en mí una guía para acceder a textos que pueden ser complicados. Aunque nunca fue mi objetivo convertirme en esa guía, es algo que hago con gran placer", asegura satisfecho. 

-Como guía, ¿qué libros les pediría a sus seguidores que no lean, aunque estén de moda y avalados por el periodismo literario? 

-¿Por dónde empezar? Sobre todo, el gran problema son las que yo llamo "piezas de época". Por ejemplo, esa silla en la que estás sentada, que compramos hace décadas cuando el estilo estaba de moda, como está relativamente bien hecha, es una pieza de época pero nadie diría que es una antigüedad. El problema es cuando ciertos libros y obras de arte se convierten en piezas de época como esta silla. Es decir, que son exaltados en un momento dado, y que están bien construidos, pero que 30 años más tarde no importarán nada. Por supuesto que Harry Potter ni siquiera es una pieza de época porque no está bien hecho, es una basura para el tacho. Pero un buen ejemplo serían los libros de los autores que han recibido la mayor parte de los últimos premios Nobel y los premios literarios en general. Toni Morrison, una querida amiga y muy buena persona, de Beloved en adelante ha escrito piezas de época y eso le hizo ganar el Nobel. Pearl S. Buck, la escritora norteamericana ganó en los años 30 el Pulitzer con una novela pseudochina, La buena tierra, una célebre pieza de época que ya nadie recuerda. Carlos Ruiz Zafón también escribe piezas de época? 

-¿Ningún Nobel reciente le gusta? 

-Saramago es un escritor de verdad. Pinter, bueno, se podría debatir si su dramaturgia sobrevivirá el paso del tiempo o no. Pero la mayor parte de los elegidos han sido muy, muy malos. Que hayan premiado a Doris Lessing en particular está más allá de lo verosímil. Ciencia ficción de quinta y encima políticamente correcta ?¡horrible! 

-¿Quién debería ganar el Nobel? 

-Durante años me han consultado por el premio, pero jamás nadie escuchó mi opinión. Realmente no lo sé, porque a cualquiera que tenga el nivel más alto de genio artístico está garantizado que no se lo dan. Pero no siempre fue así. A Yeats, a Beckett, se lo dieron. Pero piensa en las voces extraordinarias del siglo XX, como Kafka, Proust y Joyce. Ninguno de ellos lo recibió. De los latinoamericanos, a Borges no se lo dieron porque fue percibido como un hombre de derecha. Por supuesto que no lo era, fue un feroz opositor del antisemitismo, de Perón y del fascismo argentino. También se opuso a algunas de las tonterías de Neruda, y ese tipo de cosas le costaron el premio. Respecto a García Márquez, bueno, no quisiera herir sus sentimientos, pero así como El amor en tiempos del cólera es fantástico, no estoy seguro de que Cien años de soledad no sea una pieza de época, encantadora y brillante, pero pieza de época al fin? 

-¿Cuál considera que ha sido el mejor libro de Harold Bloom hasta ahora? 

-Un libro que escribí más de diez años atrás y que nadie entendió, llamado La religión americana , que acaba de ser reeditado. En él sostengo que aunque Estados Unidos se llame a sí misma una nación cristiana, en realidad las distintas corrientes del protestantismo que le son típicas no tienen nada que ver con el cristianismo. Por el contrario, mezclan aspectos de un antiguo tipo de gnosticismo con un entusiasmo y un egoísmo únicos. Cada vez que miro una encuesta de Gallup sobre la religión en Estados Unidos me recorre un escalofrío. Tenemos un país donde el 93 por ciento de la población dice que cree en Dios. Ellos no saben lo que eso quiere decir y yo tampoco, así que podemos olvidar esa parte. Pero casi nueve de cada diez personas dicen creer que Dios los ama de una manera individual y personal. Eso es único en la historia del mundo. El gran Spinoza ya decía que debíamos aprender a amar a Dios sin esperar que nos ame en respuesta, pero esa es la máxima menos americana que uno podría imaginar. Así que, para bien o para mal -y en algunos aspectos es mejor así- Estados Unidos no es una nación cristiana, o no, al menos, en el sentido doctrinario, histórico, teológico, institucional de la vieja Europa. Tenemos frente a nosotros un curioso tipo de religión que es una creación puramente norteamericana. 

Para Bloom, junto con el psicoanálisis, la religión es la gran pasión que ha acompañado siempre su interés por la literatura. Además de La religión americana , ha escrito libros donde aplica la crítica literaria a textos sagrados, como el polémico Jesús y Yahvé, los nombres divinos . Por eso, para su próximo y último gran libro teórico, en el que continuará y ampliará su teoría sobre la influencia, le está resultando muy difícil dejar los temas divinos de lado. 

"La malinterpretación creativa de quién te produjo es un proceso que ocurre todo el tiempo no sólo en la literatura sino en los matrimonios, entre los amantes, padre e hijos y en lo sagrado. La manera en la que un ser humano influencia a otro ser humano es de lo que está hecha la vida, y para escribir sobre ello de manera comprehensiva habría que ser más que Platón, más que el doctor Freud, más que Montaigne. Yo no sufro de espejismos. Sé que no soy ni Platón ni Freud ni Montaigne, ni siquiera soy Emerson. Aunque amo y adoro a Emerson y he intentado jugar su papel, Emerson nunca fue tan controvertido como soy yo, ni su figura despertó tanta resistencia, así que debo limitar el espectro de temas del que puedo hablar. Me tengo que contentar con hacer algo que sea más acotado, dejando afuera, con gran esfuerzo, la religión y el psicoanálisis. Veremos si se puede salir de un laberinto sin ellas?". 

Bloom, en cambio, ya tiene la receta para empezar a salir de la crisis económica. En una nota en la revista The N ew Yorker aprobó dos poemas que su candidato, Barack Obama, escribió en su juventud (o al menos los calificó como mucho mejores que los que escribieron otras figuras políticas, como el ex presidente Jimmy Carter, a quien Bloom llamo "el peor poeta de la historia de Estados Unidos"), Bloom sostiene que se debe mirar mucho más atrás para cualquier respuesta a la actual coyuntura. 

"Quien dirija el nuevo gobierno de Estados Unidos tiene que volcarse a la lectura de Ralph Waldo Emerson", sentencia. 

Emerson vivió la gran depresión de 1837, en la cual casi la mitad de todos los bancos en Estados Unidos quebraron por especulación financiera, y del pánico bursátil el poeta y ensayista pudo sacar fuerza para mirar hacia adelante. 

Más allá de la tradición literaria, asegura Bloom, Emerson ha mantenido un claro efecto sobre la sociología y política norteamericanas. Para la derecha, está su insistencia en la necesidad de recordar los intereses privados como parte del bien común, y para la izquierda está su exaltación de un posible "Adán americano", un hombre nuevo en un nuevo mundo de esperanza. Todo esto (y posiblemente mucho más, concede) será necesario para que el nuevo presidente de los estadounidenses saque al país adelante. Pero sin la buena literatura, insiste Bloom, poco podrá surgir que valga la pena. 

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De fe poética. Para el autor de El canon occidental, 

la gran novedadde sus últimos años ha sido

 su redescubrimiento de la obra de Walt Whitman


Sábado 8 de noviembre de 2008 | Publicado en la Edición impresa 

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