jueves, 27 de noviembre de 2008
WÁSHINGTON DELGADO
EL ESCRITOR JORGE ESLAVA RECOGE TODA LA PRODUCCIÓN DEL DESAPARECIDO POETA DE LA GENERACIÓN DEL 50 POESÍA, CUENTOS, ENSAYOS Y OBRA PERIODÍSTICA COMPONEN VALIOSO LOGRO EDITOR DE LA UNIVERSIDAD DE LIMA"
Por Enrique Planas
Lo recordaron irónico, escéptico, pesimista, extraordinario conversador, desordenado con sus papeles. Fue una ceremonia emotiva y memoriosa la celebrada la noche del martes en el auditorio W de la Universidad de Lima, donde se presentó la obra completa del poeta Wáshington Delgado (Cusco, 1927-Lima, 2003), cuatro tomos reunidos y revisados con devoción y acuciosidad por el escritor y uno de sus más aprovechados alumnos, Jorge Eslava.
Como anotó en la presentación el poeta Carlos López Degregori, dentro de las voces de la Generación del 50, la de Wáshington Delgado va ubicándose en un lugar central. "Su obra discurre por muchos caminos. Es un poeta fundamental, un narrador interesante, un brillante ensayista. Delgado encarna el espíritu humanista de su generación", señala.
También en la mesa de presentadores, Antonio Cisneros evitó mayores disertaciones doctas y prefirió compartir sus recuerdos llenos de anécdotas vividas en común: "La primera vez que vi a Wáshington fue en abril de 1960, en el patio de Letras de la Universidad Católica, en la plaza Francia. El profesor del curso era Jorge Puccinelli (también presente en la mesa) y Wáshington era su asistente de cátedra --comentó--. Y Wáshington nos dictó una clase sobre Vallejo. Parecía una charla más que un curso. Él encarnaba la negación de la imagen acartonada de un académico. Para él no había lectura por obligación, sino por placer. Para él la literatura era un acto hedonista", señaló Cisneros.
A su turno, la también poeta y estudiosa Ana María Gazzolo enfocó su reflexión sobre lo que significa leer ahora al desaparecido escritor. "En la obra de Delgado hallamos una visión ajustada a lo minúsculo, a lo cotidiano, a lo interior, así como a las amplias dimensiones de lo social. Su voz habla en varios tonos: el intimista, el reflexivo, el irónico y el de denuncia. Su obra está enmarcada en una época y enlazada además con una tradición española, culta y popular, de la que provienen formas estróficas, musicalidad, ritmos y motivos de la poesía del Siglo de Oro, del modernismo y de la Generación del 27, además de la incuestionable huella de Vallejo", señaló Gazzolo, para quien Delgado sintetiza las dos vertientes que a mediados del siglo XX parecían contrapuestas: la "poesía pura" y la "poesía social".
Por su parte, el ensayista e investigador Camilo Fernández apuntó cómo la obra de Delgado nos revela también una irónica y a veces pesimista lectura de nuestro pasado histórico. Recordó, además, su faceta de profesor universitario: "Cuando hablaba, no solo había el hedonismo de quien paladea en clases un verso de Pedro Salinas. Había también una suerte de identificación personal. Hablar de literatura significaba para él hacer literatura", añadió.
CUATRO TOMOS
El corazón es fuego
Con estudio preliminar y notas de Jorge Eslava, el volumen reúne toda la poesía: Desde los siete poemarios de "Un mundo dividido" (1970) hasta últimos inéditos del autor.
Monólogo del habitante
Un manojo de cuentos y una enorme producción periodística, entre reseñas, artículos, crónicas y columnas publicados desde 1950.
Oficio y conducta
Dedicado a sus estudios sobre literatura española y peruana (colonial y republicana), incluye sus tesis de bachillerato y doctorado por la UNMSM, entre otros estudios académicos.
Para vivir mañana
Reúne sus ensayos y conferencias. Desde clásicos como Lope de Vega o Cervantes hasta autores como Ciro Alegría o Julio Ramón Ribeyro.
miércoles, 26 de noviembre de 2008
ENTREVISTA: ENTREVISTA - JOSÉ SARAMAGO
MANUEL RIVAS 23/11/2008
José Saramago siempre fue algo más que un escritor. "Un aprendiz", sería su respuesta. Así se presentó ante la Academia Sueca cuando recogió el Premio Nobel de Literatura, el primero concedido a un autor portugués, hace ahora 10 años. "Un maestro, el maestro", puntualizaría el crítico más exigente del universo, Harold Bloom. Para el autor de El canon occidental, Saramago, que este noviembre ha cumplido 86 años, es "el novelista vivo más talentoso del mundo" y "uno de los últimos titanes". Como un titán ha escrito su último libro, El viaje del elefante (Alfaguara). Un triunfo del lenguaje, la imaginación y el humor, arrancado literalmente a la muerte.
José Saramago
Lugar: (Azinhaga)
Capítulo I
Había otras partes de su cuerpo que no estaban conformes. Ni el corazón, ni la cabeza. El corazón siguió latiendo con fuerza. La mente, durante un tiempo, dos días después de salir de la UCI, estableció unas coordenadas que ahora Saramago recuerda como un entrañable autorretrato vanguardista. "En aquel momento, que fue de los peores, se plantaba en mi cabeza algo que era un fondo negro con cuatro puntos luminosos que formaban un cuadrilátero irregular. Y yo tenía muy claro que ese cuadrilátero era yo".
torre de marfil, pero una marea
de mierda no deja de golpear sus
muros y amenaza con tirarla abajo"
lugar. Y si había envidias, pues también estaban en su lugar. Yo no estaba previsto.
más que un escritor habré
dejado de ser un escritor"
(Albert Camus)
José Saramago- Sofía Moro
© Diario EL PAÍS S.L. -
miércoles, 19 de noviembre de 2008
ALONSO CUETO PUBLICA SUEÑOS REALES
Foto: Pável Ugaz Dato
Alonso Cueto obtuvo el Premio Viracocha por El tigre blanco (1985) y el Premio Herralde por La hora azul. Hace poco un cuento suyo ha aparecido en el conjunto de relatos Hombre lobo, publicado en España bajo el sello 451 editores.
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ALONSO CUETO PUBLICA SUEÑOS REALESMentiras verdaderasAlonso Cueto es, además de un novelista reconocido, un lector apasionado. Una prueba de ello es Sueños reales (Seix Barral, 2008), un libro en el que reúne una serie de ensayos sobre aquellos autores que han dejado huella.
Carlos M. Sotomayor
Correo: ¿Cómo se va gestando el libro?
Alonso Cueto: Es un libro que se ha ido escribiendo a lo largo de varios años, sobre autores que me han apasionado a lo largo de mi vida y que son autores a los que siempre de alguna manera les he sido fiel. Escribir estos ensayos ha sido en el fondo dar cuenta de una de las pasiones de mi vida. Creo que la única razón por las que uno escribe es para compartir pasiones con otros.
C: ¿Por qué Sueños reales?
AC: Uno no puede vivir sin historias, uno no puede entender la vida sin historias. Las historias son esenciales y son un instinto natural en todos nosotros. Y una de las pruebas de esto que digo es que todas las noches soñamos dos o tres historias, que nos contamos a nosotros mismos. Es decir, los sueños son en el fondo historias que nos contamos. Es curioso que al igual que los sueños cuando se lee un gran libro uno siente que lo que se está leyendo es real. Así como cuando tú sueñas y piensas que lo que estás soñando es verdadero. De algún modo la literatura es eso, un gran sueño compartido.
C: ¿De alguna manera en la elección de los autores comentados puede vislumbrarse tu particular visión de la literatura?
AC: Sí, yo creo que una gran obra literaria es aquella cuyos personajes son seres complejos, contradictorios, que no pueden ser definidos fácilmente, que no pueden ser agotados. Son personajes que tienen una serie de conflictos y dilemas interiores. Nunca me han interesado los personajes unidimensionales, los fanáticos que tienen una sola línea. Y la otra característica que me parece que por lo general tiene una gran obra literaria es la calidad de la historia, la capacidad de ésta de enrumbarte en un camino donde haya juegos con la intriga, expectativa por el desenlace. En ese sentido tengo una visión más bien tradicional y clásica de la literatura.
C: Uno de los que aparecen en el libro es Henry James, uno de tus autores predilectos. ¿Cómo surge tu admiración por él?
AC: Nace porque cuando yo tenía 22 años llegué a España y un amigo que conocí me prestó Los papeles de Aspern, que me acuerdo estaba en una edición pequeña de Tusquets. Y recuerdo que lo leí en una sola noche. Y me sentí tan seducido por ese mundo, porque creo que un autor hace un pacto con algunos lectores en especial. Creo que el gran tema de James es el de la soledad. Y de alguna manera, como yo recién había llegado a España y me sentía tan aislado y solitario, la lectura de James me sirvió para compartir esa visión de los solitarios, de los aislados. Se creó un pacto muy especial.
C: Otro autor del que escribes es el japonés Murakami...
AC: Me interesa Murakami porque es un escritor que tiene pasión por contar historias, pero son historias que de alguna manera se frustran, se truncan, se resuelven en sí mismas, no concluyen y quedan como en una especie de nebulosa de la acción. Es un autor de atmósferas. Especialmente me gusta un libro: Al sur de la frontera, al oeste del sol.
C: Siempre has evidenciado ser un lector apasionado, atento a lo que se está produciendo.
AC: Yo creo que hay grandes autores que están en actividad. Y uno de ellos es Phillip Roth. Creo que el autor norteamericano que sigue escribiendo libros cada vez más notables es Philip Roth. Otro de ellos es Cormac McCarthy, quien también es un autor prodigioso. Y en Europa también, por ejemplo, el holandés Cees Nootebbom. Y claro, también hay libros que se descubren como Vida y destino de Vasili Grossman. Y es un éxito comercial, siendo un libro denso y largo.
Título: Sueños reales
Autora: Alonso Cueto
Editorial: Seix Barral
© 2004 - 2005 DIARIO CORREO
lunes, 17 de noviembre de 2008
La partida de Laura Riesco
LETRAS. De luto
La partida de Laura Riesco
ESCRITORA PERUANA, AUTORA DE "XIMENA DE DOS CAMINOS", FALLECIÓ A LOS 68 AÑOS ELLA RADICABA EN EE.UU. DESDE 1959
Laura Riesco (1940-2008), cuya segunda novela, "Ximena de dos caminos" (Peisa, 1994), la convirtió en una de las escritoras peruanas más elogiadas por la crítica tanto nacional como internacional, falleció el viernes 14 de noviembre. Natural de La Oroya, la escritora tejió una historia en la que una niña que vive en un centro minero muestra a través de su mirada las diferencias insalvables existentes en ese Perú fragmentado.
Con esa novela, Riesco ganó el Premio Latino de Narrativa en Nueva York (1995) y un lugar importante en la narrativa nacional. "Nos recuerda que las muchachas tímidas pueden, si quieren, escribir cosas desfachatadas", escribió Antonio Cisneros. Más entusiasta fue el crítico Ricardo González Vigil: "Nos parece la novela más profunda y hermosa que haya escrito mujer peruana alguna hasta el momento".
Desde su aparición en las letras peruanas con "El truco de los ojos" (1978), Riesco había demostrado que la literatura en su vida era un terreno serio. Pasaron 16 años para que diera a conocer su nueva obra: "Ximena de dos caminos". Ya para entonces estaba radicada en Estados Unidos, país adonde había llegado en 1959.
"No vine a EE.UU. con el propósito de estudiar una carrera, ni de mejorar mi situación económica. Las razones eran personales y, la verdad, tenían más bien rasgos de telenovela.
En todo caso, se suponía que me iba a quedar un año para sentar cabeza y esfumar de mi mente las nociones quijotescas que nublaban mi buen sentido en la adolescencia", escribió la entonces profesora de la Universidad de Maine.
Laura Riesco nos deja, pero permanecen sus novelas y relatos, su vida misma plasmada magistralmente en el papel.
© Empresa Editora El Comercio. Jr. Miró Quesada #300 Lima 1 – Perú
miércoles, 12 de noviembre de 2008
ÚLTIMO PARADERO - Miguel Ildefonso
Luego de una visita a Chimbote, en donde di lectura junto a Jorge Terán, que presentaba su revista Lhymen número 5, y después de haber gozado con La Santa Sede, narrativa erótica de Chimbote, de Río Santa Editores (que incluye a destacados autores como Fernando Cueto), y de haberme enterado de cómo fue su presentación en el mítico burdel Tres Cabezas, cuyas fotos y crónicas están para el paladar en la revista Los Zorros número 7, que dirige Jaime Guzmán Aranda y Augusto Rubio Acosta; luego de ese ojedeano-arguedeano-verdepastel viaje hice otro no menos esperado.
Llegué al VII Encuentro Nacional de Escritores “Manuel Jesús Baquerizo” (5-8 de noviembre) en la ciudad de Huamanga, con la participación de reconocidos escritores como Oswaldo Reynoso y José Luis Ayala. También asistieron novísimos autores, tal es el caso del sanmarquino Lenin Solano Ambía (Lima, 1983), quien me obsequió su libro de relatos Carta a una mujer ausente: “…no pude dormir, estaba feliz, nervioso y ansioso por tocarla. Sin embargo, no debía desesperarme, la tendría el resto de mi vida y no quería ahuyentarla ahora. Amaneció. Salimos a las cinco y treinta de la mañana, muy nerviosos, mirando a todos lados. Tomamos un carro que nos dejaba a una cuadra de la agencia de Yerbateros. Apenas bajamos vimos mucha gente por los alrededores. Uno de los interprovinciales tenía una hoja pegada en su ventana donde decía ocho soles. El precio nos pareció cómodo y subimos apresurados y felices. Nos sentamos en la parte media del carro. Nuestros corazones latían apresurados y nuestras risas eran de felicidad y nerviosismo. La abracé fuertemente y dejé las mochilas en la parte alta. El carro encendió su motor y ahora sabía que con ese sonido de motor arrancando, empezábamos nuestra nueva vida.”
Se presentaron libros, entre otros: Indios dios runa. Antología poética del profeta del fuego, del poeta Efraín Miranda; estudio, selección y notas hechos por Gonzalo Espino Relucé. He aquí un fragmento del poema LB: “Cuando regreso:/ mi choza es prolongación del suelo,/ mis enseres son residuos,/ mis animales, mi tierrita/ yo,/ la miseria.// Otras realidades me contrastan,/¿dónde están ellos?/ ¿dónde estoy yo?/ Al parecerme lóbrego el espacio – un aviso/ de novia robada y viajes de astillas/ de madera cortada a las estrellas_/ dan razón reiterada de mi existencia/ perteneciente a mi existencia milenaria…”
Bajo el sol esplendente de Huamanga me detenía a leer poemas de algunos de los asistentes: “Y me decía taitalla Celestino:/ Estos tiempos ya no serán nuestros/ han de cambiar de repente…/ Nuestros polluelos ya no temerán/ al atoq de abajo ni al aqchi arriba.// Y me decía mamilla Petronila:/ La tierra es fecunda/ el sol es para todos…/ Nunca siembres en diciembre/ ni te fíes de los blancos.// Y me decía taitalla Joselo:/ De palmo a palmo surcamos la carretera/ entendiendo por allí traer un poco de vida// Pero por allí/ a nuestros hijos se llevaron./ Por allí, sólo las muertes llegaron...” Poema Aurora tomaína de Alejandro Medina Bustinza “Apurunco” (Aimaraes-Apurimac):
“Árbol de acero lavado por la lluvia./ Dolor limpio y helado./ Maldad en tintura/ cayendo/ gota/ a / gota./ Así, este instante:/ Grillo cantor con alfiler atravesado”. Momento del poeta Ángel Gaviria (Mollebamba, Santiago de Chuco, 1953).
“Ahora veo tu sombra/ rosadamente turbia/ destrozada entre los rieles/ invadido por la droga del silencio/ los pájaros te gozan los sembríos/ y digo/ con toda la furia de saberte extraño/ que no es la hora de Rimbaud/ es el tiempo/ de engendrar la flor necesaria/ Lucho Hernández/ mi amigo inconfesable”. Lucho Hernández I.M. de Jorge Luis Roncal.
Ulises Valencia nació en Surquillo, Lima, en 1947 (“un poeta marginal de nuestro tiempo”, dice de él Julio Aponte), y es autor de los libros: Un abismo de luces, Intensidad, Estaciones, Rambla, Tiempo, Como el mar crece tu recuerdo, Nido de Sierpes, Lejos de todo. Del poemario Como una fiesta cogí al azar este poema: “Sabes de mi ser/ De mi existencia/ De mis torpes caídas/ De mis traspiés, por las sendas/ De la vida y el amor.// Pero a veces, con gran contento/ Noto que te engaño/ (O que me engaño) cuando creo/ Que aún no sabes qué sucede/ En mi pecho, adentro.// La vida:/ Tantos lugares desolados, donde/ Nos adentramos, para conocer/ El laberinto ciego, que nos pierde/ Y hace de nosotros/ Los seres sombríos, que ahora somos.”
Luego llegué a Huanta, me metí al mercado que olía a jazmines, violetas, geranios y margaritas, y quise comprarle hojitas de coca a una mujer sentada entre otras mujeres, pero no aceptó mi dinero. Solo era para trueque. Más tarde en la plazuela de Huanta, amarillito amarilleando, cogí el relato Destino de Vidal Navarro (“escritor representativo de la narrativa ayacuchana” nos dice Félix Gutiérrez Huamaní), que aquí transcribo un toke: “Al rato, la gente les concentraba en el cabildowasi del panteón, revolcándose en la tierra; jugando a momentos o sentados como gentiles en el poyo de los deudos, esperaban no sé a quién. Estamos cuidando la casa de mi mamá, contestaban a los vecinos que se asomaban. No volvían a comer el mote que les dejaba tu papá, no obedecían a la gente que venía a ofrecerles trozos de chankaka, pedacitos de queso. Aquí es la casa de nuestra mamá. Se aferraban. Lloraban a gritos si querían sacarlos a fuerza.// Recién cuando el sol se amostachaba, pintándose de rojo en las lomas de Sankis Muqu, no sé si de pena o no sé si de hambre, les escuchábamos llevar sus pasos por José María Gamboa. El escándalo de los chiwakus, el jolgorio de los jachanchurros se apagaban. Las piedras del camino, los arrayanes y los molles, al oírles, entristecidos se abrazaban al viento y murmuraban”.
Por Cinco Esquinas me fui yendo, amarillito amarilleando, pero quise volver al mercado, supe qué podría darle a la mujer con sombrero negro y flores de plástico, que hablaba solo quechua, que no aceptaba mi dinero, que no entendía mi castellano de Apolo en Lima, para que ella me de sus hojitas de coca. Lo supe de pronto, y ya solo quise volver corriendo… Y corriendo estoy.
Miguel Ildefonso
Noviembre, 2008.
lunes, 10 de noviembre de 2008
Mario Vargas Llosa - rinde homenaje en 'El viaje a la ficción'
El adúltero de la literatura
Mario Vargas Llosa 09/11/2008
Mario Vargas Llosa rinde homenaje en 'El viaje a la ficción' (Alfaguara) al mundo literario de Juan Carlos Onetti. En este extracto describe su primer encuentro con el escritor uruguayo, un hombre desconcertante que sufrió en carne propia las turbulencias del siglo XX americano
Conocí personalmente a Juan Carlos Onetti año y medio después de aparecida su novela Juntacadáveres (1964), en Nueva York, durante el congreso del PEN Internacional que tuvo lugar en esa ciudad del 12 al 18 de junio de 1966, presidido por Arthur Miller.
Juan carlos Onetti
Nacimiento:
01-07-1909
Lugar:
(Montevideo)
Vaya sorpresa al conocer en persona a ese escritor cuyas historias me habían sugerido una personalidad descollante
Detrás de esa hosquedad asomaba alguien que no estaba preparado para enfrentar la brutalidad de una vida a la que temía
Muchas veces dijo a Dolly que a menudo veía a la gente que lo rodeaba como si fueran esqueletos
Caballero Bonald: "Cuando lo conocí, se había pasado del vino tinto al whisky y sólo leía novelas policiacas"
La presencia del uruguayo en ese certamen, al que asistieron también otros escritores latinoamericanos -Carlos Fuentes, Pablo Neruda, Ernesto Sábato, Emir Rodríguez Monegal, Carlos Martínez Moreno, Juan Liscano, Victoria Ocampo, Alberto Girri, José Antonio Montes de Oca, H. A. Murena, Guimarães Rosa, Homero Aridjis entre ellos-, era un indicio de que su obra comenzaba a romper el cerco de indiferencia en que había vivido, con la excepción de un reducido círculo de lectores y críticos del Río de la Plata.
Muy reducido en verdad, si se piensa que casi no se habían publicado estudios críticos importantes sobre su obra fuera de Uruguay y que, por ejemplo, La vida breve, la mejor novela escrita en América Latina hasta el año en que apareció (1950), no mereció elogio alguno y que las escasas reseñas que tuvo, como la de Homero Alsina Thevenet en el semanario Marcha, fueron negativas.
En 1961 se publicó en París, en Les Lettres Nouvelles, la revista que dirigía Maurice Nadeau, su cuento Bienvenido, Bob, traducido al francés por Claude Couffon. En 1962 había ganado el Premio Nacional de Literatura en Uruguay, y al año siguiente, su cuento Jacob y el otro apareció traducido al inglés en una antología de relatos publicada por la editorial Doubleday. Comenzaban a reeditarse algunos de sus libros, pero aún era difícil procurárselos. Lo sé muy bien porque yo, que quedé seducido por la originalidad y la fuerza de su talento desde el primer relato suyo que cayó en mis manos, sólo había podido leerlo gracias a la ayuda de amigos uruguayos que me hicieron llegar algunos de sus libros.
Vaya sorpresa que me llevé al conocer en persona a ese escritor cuyas historias me habían sugerido una personalidad descollante. Tímido y reservado hasta la mudez, no abrió la boca en las sesiones del congreso, e incluso en las reuniones pequeñas, entre amigos, a la hora de las comidas o en el bar, solía permanecer silencioso y reconcentrado, fumando sin descanso. Al terminar la reunión del PEN, algunos participantes fuimos invitados a hacer una gira por Estados Unidos y tuve la suerte de formar parte del grupo en el que estaban Martínez Moreno y Onetti. Era un viaje turístico, con visitas a museos, espectáculos y lugares históricos en los que, por supuesto, Onetti se negó sistemáticamente a poner los pies. Permanecía encerrado en su cuarto de hotel, con una botella de whisky y un alto de novelas policiales, tan desinteresado del programa que uno se preguntaba por qué había aceptado aquella invitación. Martínez Moreno, que era bueno como un pan y se sentía preocupado por el estado depresivo de Onetti, renunció a muchas visitas para no dejarlo solo, temeroso de que su admirado compatriota fuera a hacer alguna tontería peor que emborracharse.
Sólo en San Francisco tuve ocasión de charlar con él un poco, en barcitos humosos y oscuros de los alrededores del hotel. Costaba trabajo animarlo a hablar, pero, cuando lo hacía, decía cosas inteligentes, eso sí, impregnadas de ironía corrosiva o sarcasmos feroces. Evitaba hablar de sus libros. Al mismo tiempo, detrás de esa hosquedad y esas burlas lapidarias, asomaba algo vulnerable, alguien que, pese a su cultura e imaginación, no estaba preparado para enfrentar la brutalidad de una vida de la que desconfiaba y a la que temía. Una noche en que hablamos de nuestra manera de trabajar se escandalizó de que yo lo hiciera de manera disciplinada y con horario. Así, me dijo, él no hubiera escrito ni una línea. Él escribía por ráfagas e impulsos, sin premeditación, en papelillos sueltos a veces, muy despacio, palabra por palabra, letra por letra -años más tarde, Dolly Onetti me confirmaría que era exactamente así, y tomando a sorbitos, mientras trabajaba, copitas de vino tinto rebajado con agua-, en periodos de gran concentración separados por largos paréntesis de esterilidad. Y allí pronunció aquella frase, que repetiría después muchas veces: que lo que nos diferenciaba era que yo tenía relaciones matrimoniales con la literatura, y él, adúlteras. En aquella o alguna otra ocasión durante aquel viaje le pregunté si era cierto que a los escritores jóvenes que conseguían llegar a él a pedirle consejo les recomendaba leer los libros que él detestaba, para ponerlos a prueba, y él, sin negar ni asentir, sonrió feliz: "¿Eso dicen? Qué hijos de puta, che".
Recuerdo una noche en que los poetas beatniks norteamericanos Lawrence Ferlinghetti y Allen Ginsberg, entonces en el apogeo de su popularidad, nos llevaron a Onetti, Martínez Moreno y a mí en un recorrido nocturno por los antros de hippies, artistas, músicos o simplemente bohemios de San Francisco, que nos hablaban de sus experiencias con el peyote, el ácido lisérgico y otros paraísos artificiales con los que se proponían revolucionar el mundo, o de las acciones políticas en marcha en defensa de los gays y a favor de la despenalización de las drogas. En todo aquel recorrido alucinatorio por las cuevas, peñas y antros de la contracultura californiana, para mí, lo más irreverente era, sin duda, la actitud de Onetti, quien, con su sempiterna corbata, su saco entallado y sus anteojos de gruesos cristales paseaba sus ojos saltones de infinito aburrimiento sobre todo aquel circo, con una mirada escéptica y el escorzo de una sonrisita flotando por la boca.
Pocos meses después, en agosto de 1966, fui por pocos días a Montevideo. Como he contado, me fue imposible ver a Onetti, pero hablé mucho de él, pude conseguir sus libros en la maravillosa librería anticuaria de Linardi y Risso y me dio gusto comprobar que, tanto sus amigos como quienes no lo eran, reconocían unánimemente su talento y contribuían con chismes y anécdotas a enriquecer la ya rica leyenda forjada en torno a su aislamiento, su hosquedad y sus neurosis.
Siempre recuerdo esa visita a Uruguay, pues, pese a que, como he mencionado en este ensayo, la declinación económica y social del país llevaba años de iniciada, para un latinoamericano, llegar a ese pequeño rincón del Río de la Plata en 1966 era descubrir una cara distinta de la América Latina de los dictadores, los cuartelazos, las guerrillas revolucionarias, las democracias de opereta y las sociedades incultas y de enormes desigualdades económicas del resto del continente. Recuerdo mi sorpresa al leer los diarios de Montevideo, tan bien escritos y diagramados, y descubrir la presencia que en ellos tenía la cultura, las magníficas secciones de crítica, el alto nivel de los teatros y las espléndidas librerías montevideanas. La libertad y el pluralismo que se advertían por doquier -había un congreso del Partido Comunista en esos días anunciado por carteles en las calles que no escandalizaba a nadie- y los adversarios políticos coexistían tan civilizadamente como en Inglaterra. Por otra parte, en ningún otro país latinoamericano había visto yo una clase intelectual tan sólida, cosmopolita y bien informada, ni una sociedad con una pasión semejante por las ideas y modas y tendencias artísticas, filosóficas y literarias de la actualidad internacional. Di una conferencia en la Universidad Nacional, invitado por José Pedro Díaz, y no podía creer que tanta gente pudiera reunirse para oír hablar de literatura. Sin embargo, aunque yo fuera incapaz de advertirlo en aquel viaje, bajo la superficie de esa sociedad estable, abierta, democrática, razonable y culta que tanto me impresionó, algo había comenzado a resquebrajarse y a enloquecer, algo que precipitaría pocos años después al Uruguay en la más grave crisis política y social del siglo XX.
Precisamente por esa época publicó Onetti uno de sus relatos más interesantes, La novia robada (1968), en el que un tema que había venido insinuándose en sus cuentos y novelas desde hacía tiempo, la locura como una de las formas en que los seres humanos escapan de la realidad objetiva hacia un mundo de ficción, sería la columna vertebral de una historia en la que vemos a todos los vecinos de Santa María confabulados para dar consistencia, un semblante de vida y de verdad, a los espejismos eróticos de una enajenada. (...)
Al tiempo que aparecía esta historia de locura colectiva fantaseada por Onetti, Uruguay -que parecía la excepción a la regla en un continente que crepitaba por todas partes- había comenzado también, a la vez que su economía se empobrecía y su población envejecía, un proceso de debilitamiento de sus instituciones. Y se resquebrajaba en él ese consenso que había preservado su democracia. Al influjo de la Revolución Cubana, sus vanguardias políticas, intelectuales y sindicales se radicalizaban, en tanto que la clase gobernante, los partidos tradicionales y la cancerosa burocracia -tan bien retratada, con una mezcla de severidad crítica y soterrada ternura, en los cuentos y poemas de Mario Benedetti- se mostraban incapaces de responder de una manera eficaz y creativa a la agitación social y a las movilizaciones de estudiantes y militantes seducidos por el ejemplo de los barbudos cubanos y los exhortos a la revolución del Che Guevara y Fidel Castro. Como en el pequeño y chato país que es Uruguay eran inimaginables las acciones en el campo a partir de un foco guerrillero, lo que prosperó allí, en un principio con bastante éxito, fue la guerrilla urbana. Los antecedentes de esta acción son tal vez las movilizaciones campesinas que encabezó Raúl Sendic, pero su cristalización comienza con la creación del Movimiento de Liberación Nacional (tupamaros) a partir de 1963. Sus acciones, ralas al principio pero muy efectistas, tuvieron larga repercusión internacional. Luego, irían creciendo en número y violencia -secuestros, asaltos, destrucción de bienes públicos, ataques y asesinatos de policías-, desencadenando, por parte de los gobiernos, una política represiva de creciente brutalidad, que, durante el gobierno de Jorge Pacheco Areco (1967-1971) y, sobre todo, desde la victoria electoral, en 1971, de Juan María Bordaberry, llegó a echar por la borda la legalidad y a transgredir con los peores excesos los derechos humanos. Bordaberry, del Partido Colorado, gobernó en estrecho contubernio con las Fuerzas Armadas y terminó por cederles totalmente el control del poder en 1974. La eficacia de las acciones de los tupamaros, contra las que durante buen tiempo las autoridades parecieron impotentes -un hecho espectacular que daría la vuelta al mundo fue la captura y asesinato del asesor policial norteamericano Dan Mitrione-, atizó la violencia contrarrevolucionaria, los atropellos a los derechos humanos, la práctica generalizada de la tortura y el asesinato por unos gobiernos que, con el pretexto de combatir la subversión, impusieron la censura, recortaron las libertades públicas, hicieron tabla rasa de los derechos civiles y clausuraron periódicos y sindicatos, convirtiendo en poco tiempo la democracia modelo de América Latina en una republiqueta tercermundista, en manos de una oligarquía militar autoritaria. (...)
Los últimos años de su vida, en Madrid, Juan Carlos Onetti los pasó acostado. No porque estuviera enfermo, pues, pese a las grandes cantidades de alcohol que había consumido en su vida y a los achaques naturales de la edad, se conservó bastante bien hasta el final, de cuerpo y de espíritu. Más bien por desinterés, desidia, una cierta abulia vital y esa neurosis pasiva que cultivó toda su vida, ahora acrecentada por la vejez. Se levantaba y salía alguna vez, desde luego, pero era algo excepcional en una rutina cotidiana que por lo general transcurría en su piso madrileño, él en pijama, la barba crecida y los ralos cabellos revueltos, tumbado en la cama, leyendo novelas policiales y el vaso de whisky siempre a la mano. Para resolver todos los asuntos prácticos y atender a los visitantes siempre estaba allí, cerca, la diligente e incansable Dolly. Mucha gente venía a tocar a su puerta, ahora que se había convertido, en España y América Latina, en una leyenda viviente, en un folk-hero. Y lo sorprendente es que él solía recibirlos y charlar con ellos, en vez de echarlos con las cajas destempladas, como hacía antaño con quienes venían a tratar de curiosear en su vida privada. La vejez ablandó su hosquedad. Lo he comprobado al verificar que en los últimos diez años de su vida concedió más entrevistas que en los setenta anteriores. Según Dolly, muy en contra de lo que ocurría en sus novelas, donde los narradores suelen detestar a los niños, en su vida personal Onetti los acariñaba y solía jugar con ellos, y uno de sus lamentos recurrentes era haberse separado de su hija, en razón de su divorcio, cuando Liti tenía apenas tres años. Uno de sus grandes amores, en esos catorce últimos años de su vida, fue la perra Biche (de Beatrice), con la que Onetti podía pasar horas jugando y hasta solía dormir con ella.
Llegó a la muerte sin angustia ni temor, acaso porque la muerte había estado siempre muy presente en su vida. Muchas veces dijo a Dolly que a menudo veía a la gente que lo rodeaba como si fueran esqueletos. En sus periodos de crisis, cuando, sin poder escribir ni leer, se encerraba en un mutismo y soledad totales, amenazaba a veces con quitarse la vida. Pero, al final de su vida, esperó la partida con total serenidad, leyendo sin descanso, o, mejor dicho, releyendo muchos libros -entre ellos, siempre novelas policiacas- que tenía muy presentes en la memoria, como Laura, de Vera Caspary, que llevó al cine en una adaptación maravillosa Otto Preminger, y que, según Dolly, releyó hasta una docena de veces. Los últimos días, en el hospital, tuvo siempre un libro en la mano hasta el instante de morir.
José Manuel Caballero Bonald ha dejado un animado boceto de este Onetti de los últimos años: "Un día de un otoño de los años ochenta fui a visitar a Onetti. Vivía en un piso algo sombrío y estaba retenido en una de sus más obstinadas fases de acostado. Esa situación de residente estable en la cama dotaba al novelista de un manifiesto aire de enfermo imaginario o de excéntrico personaje de alguna novela no escrita todavía. Y allí estaba Dolly ejerciendo de veladora de cada uno de los días de Onetti, esa última y definitiva mujer sin la que muy deficientemente se puede entender en puridad la vida de un escritor. Cuando yo lo conocí, se había pasado del vino tinto al whisky -por prescripción facultativa, según decía- y sólo leía novelas policiacas: Chandler, Simenon, Hammett, Jim Thompson, incluso algunas novelitas negras de frágil calidad y enredo curioso. También oía de vez en cuando algún tango de la buena época y algún bolero clásico. Apenas escribía o sólo escribía fragmentos hipotéticamente aprovechables, esas verbosidades de insomnio que trataría luego de acomodar entre otros textos más elaborados. O que perdería adecuadamente en el desarreglo general del tiempo. Es posible que el visitante alcanzara a tener una sensación predecible: que aquel señor con aspecto de convaleciente taciturno no podía ser el mismo que escribiera páginas tan definitivamente seductoras. Pero de todo eso, como diría Onetti, hace ya muchas páginas".
El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti, de Mario Vargas Llosa (Alfaguara). 240 páginas, 17,50 euros. A la venta el 19 de noviembre.
© Diario EL PAÍS S.L. - Miguel Yuste 40
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Sábado 8 de noviembre de 2008 | Publicado en
Copyright 2008 SA
jueves, 6 de noviembre de 2008
IVÁN THAYS. Finalista en el Premio Herralde de Novela
Por Yolanda Vaccaro. CorresponsalLAURO. Iván Thays afirma su éxito internacional al ser finalista de uno de los premios más prestigiosos del mundo editorial español.
MADRID. "Un lugar llamado Oreja de Perro". Ese es el título de la novela con la que el escritor peruano Iván Thays fue proclamado ayer finalista en el Premio Herralde de Novela, convocado por la editorial Anagrama. El primer puesto del prestigioso galardón, dotado con 18.000 euros, fue adjudicado al mexicano Daniel Sada por su novela "Casi nunca".
La obra de Thays quedó en segundo lugar en un reñido concurso en el que participaron 244 originales y en el que cinco novelas (dos de México, una de España, una de Argentina y la de Thays) pasaron a una votación final.
Thays se presentó con el seudónimo 'Suraki Rathan'. La novela llevaba el título de presentación "El hombre invisible".
La editorial Anagrama explicó ayer que la novela trata sobre un hombre que intenta escribir una carta en un lugar llamado Oreja de Perro. "Atrás --añadió Anagrama-- queda su historia familiar, la temprana muerte de su hijo Paulo, la ruptura de su matrimonio. Por delante, una intrincada ciudad andina, que fue destruida durante el terrorismo peruano en los años 80, será usada como símbolo de la pacificación con el lanzamiento de un programa de asistencia social. El país exige recuperar la verdad y guardar memoria de los hechos trágicos para buscar una reconciliación".
Durante la estadía del protagonista en Oreja de Perro van apareciendo --tal como apuntó la editorial-- "una serie de personajes espectrales: un amnésico que estudia chino, un fotógrafo viejo y cínico, una muchacha embarazada y con una trágica historia personal, un muchacho de aspecto hosco que la persigue, una hermosa y joven antropóloga que fantasea con corresponsales de guerra". "Incapaz de escribir aquella carta o de tomar cualquier decisión" --puntualizó Anagrama-- "el protagonista vagabundea por un mundo del que se siente cada vez más distanciado, con la sensación de que debe resolver un enigma y sin saber por dónde comenzar. Aunque, a cambio de no intervenir en los trágicos sucesos de los que va siendo testigo involuntario, se le permite advertir algo cierto sobre sí mismo, los límites de su mirada y su verdadera condición".
Para Anagrama, Thays "confirma plenamente las esperanzas en él depositadas". La editorial recuerda lo que Mario Vargas Llosa ha expresado sobre este talentoso escritor peruano: "Thays es uno de los más interesantes escritores que han aparecido en América Latina en años recientes. Es cuentista, novelista, profesor universitario y conductor de un programa de televisión sobre libros; ha dedicado su vida a la literatura, una vocación que en su caso es una pasión".
El jurado estuvo compuesto por Salvador Clotas, Juan Cueto, Luis Magrinyà, Enrique Vila-Matas y el editor Jorge Herralde.
DIVERSIÓN E INTRIGA
"Casi nunca", la obra que quedó en primer lugar, narra la historia de Demetrio Sordo, un agrónomo que pasa sus días en su anodino empleo como administrador y técnico agrícola en un rancho de Oaxaca, en 1945. La editorial presentó así su argumento: "Un día, Demetrio decide que el sexo dará sentido a su vida y va al primer burdel que encuentra. Ahí termina muy allegado a una morena, Mireya, con quien se entiende a la perfección. Poco después, la madre de Demetrio, Telma, le pide que viaje hasta Coahuila para asistir a la boda de su prima Zulema. La idea obvia es que el joven se entienda con alguna señorita ilustre de la comunidad para que haya boda. Y así sucede: Demetrio queda prendado de una joven llamada Renata y de inmediato comienza su compromiso". Se establece así el conflicto de la novela: Demetrio quiere mantener ambas relaciones hasta que sea inevitable romper con una de ellas.
EL DATO
Ganadores anteriores
Solo dos autores peruanos han ganado el Premio Herralde de Novela. Se trata de Jaime Bayly, por "La noche es virgen" (1997) y Alonso Cueto, por "La hora azul" (2005).
Empresa Editora El Comercio. Jr. Miró Quesada #300 Lima 1 – Perú
Fuente: Moleskine