Guerras asimétricas
Por: Helmut Dahmer Filósofo
En pleno bombardeo en Gaza una anciana alemana me preguntó: “¿Qué le parece tal guerra? ¿Está usted a favor de los israelíes o de los árabes?” Mi respuesta inmediata fue: “No me pongo del lado de naciones, etnias ni religiones: solo puedo estar a favor de individuos que desean vivir, no morir ni ser heridos”. A continuación hice un recuento de las tres semanas de terror, entre diciembre del 2008 y enero del 2009: 1.300 muertos y miles de palestinos heridos, de los que al menos la cuarta parte eran civiles; 13 fallecidos israelíes, la mayoría de ellos soldados sorprendidos por fuego amigo y docenas de heridos. Recordemos que la franja de Gaza está colmada de refugiados palestinos, asistidos por Naciones Unidas.
Tal balance es típico de las llamadas guerras asimétricas, en las que fuerzas armadas modernas equipadas con sofisticada tecnología, numerosos afiliados y reservistas, se enfrentan a enemigos casi invisibles, poseedores de armas precarias y entremezclados con una población, que muestra cierta simpatía hacia ellos, porque luchan por su pueblo. La asimetría de la guerra refleja, asimismo, la disparidad de las condiciones de vida entre las poblaciones. Ambos bandos, los irregulares desprovistos de casi todo y los modernos, vengadores, están profundamente convencidos de que únicamente su grupo libra una batalla justa.
La guerra asimétrica es la clásica guerra colonialista. Por ejemplo, aquella desatada por la Alemania imperial contra los hereros en Namibia en 1904 o la guerra que los británicos iniciaron contra los kikuyus en Kenia en los años cincuenta o las guerras coloniales encabezadas por codiciosos españoles en contra de los aztecas o los incas, que no contaban con armamento de alta tecnología de la época, y por tanto no estaban en condiciones de salvar sus culturas de la destrucción.
Las similitudes entre las guerras coloniales y la carnicería en Gaza no son mera casualidad, puesto que el Estado de Israel, fundado sobre territorio palestino como un paraíso seguro para los sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial y del Holocausto, es una réplica del asentamiento colonial.
Lamentablemente, no ha sido resuelto ninguno de los problemas que brotan de la implantación de un estado-nación moderno, compuesto por refugiados judíos e inmigrantes, en medio de un entorno árabe atrasado y feudal. La situación se mantiene igual: 1.300 seres humanos han muerto en vano. Los fundamentalistas palestinos que aspiran a demoler el Estado de Israel han quedado fortalecidos, el gobierno laico de Fatah ha sido debilitado y el sueño de los fundamentalistas judíos, que consiste en expulsar a todos los palestinos más allá de las fronteras con Jordania, formará parte de la política del próximo gobierno de Netanyahu y de Lieberman.
Continuarán la colonización interna de Palestina y la ocupación de tierras árabes por colonos israelíes. El rechazo y las reacciones de los árabes moderados irá en escalada. La tragedia del Estado de Israel no se detendrá, ni se vislumbra ninguna solución. El camino está pavimentado para nuevos conflictos y guerras.
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