miércoles, 27 de agosto de 2008

Abelardo Sánchez León

CULTURA Lun. 28 jul '08
El escritor en la azotea

Autor: Alonso Cueto

Una editora recibe un manuscrito extraño. Se trata de una serie de narraciones de episodios, reflexiones y apuntes de un hombre que ha vivido en una azotea.
Se llama Gustavo Ibáñez y ha trabajado toda su vida en una ONG. Para cuando la editora lo recibe, el autor ya ha muerto. La editora se entera de que Ibáñez ha sido considerado un loco o un delirante o un tipo enfermo. Revisa el texto, le hace unos pequeños cambios y decide publicarlo.
El resultado de este hallazgo es el tema de la novela El Hombre en la azotea (Alfaguara), de Abelardo Sánchez León. La confesión de su personaje es la de una vida burocrática, tediosa y humorística. La labor fundamental de Ibáñez en la ONG era redactar informes pidiendo dinero a las organizaciones que podían financiar las investigaciones. Su trabajo no está exento de algunos malentendidos.
Un colega de Ibáñez, Jaime Tagle, le explica que Chile, por ejemplo, tiene problemas en conseguir financiamiento porque es un país que ha dejado de ser pobre. Lo mismo ocurre con Argentina, ya que es un país de blancos y aunque puedan ser pobres, “un rioplatense no conmueve”.
A lo largo de la novela, Ibáñez escribe informes con 'deadline’ y convive con la fauna burocrática de las ONG en las que trabaja: una secretaria apodada 'Amor Sin Fronteras’, una encantadora ilusa llamada Odette Carrasco y el delirante Roque del Valle, experto en buscar dinero a través de la exageración.
El humor de Sánchez León no está exento de una visión sombría de la vida burocrática. Para cuando su personaje ha perdido el interés en su trabajo, también ha perdido el interés en el mundo. Refugiado en su azotea, recuerda su vida burocrática pero también su vida amorosa junto a un personaje vital, abrumador, magnífico, su esposa Victoria. Refugiado en su azotea, aislado, solo, perdido en sus recuerdos, Gustavo Ibáñez escribe sin 'deadlines’. No pide nada. Solo quiere expresarse, escribir, ser.
Este personaje, que recuerda en algo al de El barón rampante, que se refugia en la copa de un árbol, es en realidad, me parece, la metáfora de un escritor. Quiere contar su historia, quiere comunicarse, quiere compartir. Escribe porque sí, porque tiene demasiados recuerdos en la cabeza, porque tiene miedo y está solo y lleno de obsesiones y nostalgias y porque su percepción de la vida es a la vez amarga, llena de humor y con alguna esperanza. Escribir supone creer en algo, incluso para los escritores más sombríos.
Un escritor nihilista no existe. Ibáñez es un personaje conmovedor en el maravilloso desorden de esa soledad, la azotea en la que todos los escritores viven.

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