LOS DESMORONAMIENTOS SINFÓNICOS
DE MIGUEL ILDEFONSO
(Hipocampo editores 2008, 61 págs.)
x Rodolfo Ybarra
Miguel Ildefonso Huanca (Lima, 1970), ha escrito los libros de poesía: Vestigios, Canciones de un bar en la frontera, Las Ciudades Fantasmas, MDIH y Heautontimoroumenos; y los de narrativa: El Paso y Hotel Lima. Ha ganado diversos premios literarios y continuamente colabora con ensayos, estudios, reseñas, tanto en el medio impreso como virtual; participa asimismo en recitales, presentaciones de libro, conferencias etc., en el interior como en el exterior del país (Alemania, Estados Unidos, Colombia, etc.). Es quizá, al margen de cierta ojeriza literaria y de cierto rubor de sus compañeros de ruta, el representante más conspicuo y uno de los más dotado de la llamada generación poética del noventa. Los Desmoronamientos Sinfónicos es su último libro con el que viene despidiéndose, desde hace buen tiempo, de esa corriente de malditez que ha sazonado casi todos sus textos, al punto que varias veces ha aceptado que él escribe en realidad un único libro de poesía, por lo que podríamos deducir que cada libro editado es sólo una parte de este Frankenstein —en el mejor sentido del título literario—, que, al parecer, concluye con este último poemario}.
Los Desmoronamientos Sinfónicos (o sea el derrumbamiento musical o el deslizamiento gravitacional de los sinfonemas verbum kalami) es un libro “multitemático” que sitia el estro y el arquetipo conductual del poeta para devolverle al mundo lo que es del mundo (¿acaso Lima no es también el mundo mismo?): calles, silencios, aullidos, autos, combis, carros destartalados (línea 55, línea 80, sic pág. 51), mujeres puras o impuras, a esta hora da lo mismo, la noche “con su negro crespón” los cubrirá a todos. La pureza seguirá siendo verbo y sobre todo trabajo literario, esfuerzo por superarse a sí mismo y encontrar el ansiado parnaso, el nublado limbo o erebo, o, quizás, como lo previeron los simbolistas o, más atrás, los paganos: el mismo infierno (descensus at inferos).
Hay una voluntad todista (no pretensión, no travestismo literario) por los “dolores del mundo”, quizás los de Shopenhauer o los de Rimbaud, Elytis, Nerval, Eliade, Cioran, Hölderlin, el gravitante Vallejo, la delicatessen de Oquendo que escribe y que empuña las ideas de la libertad antifalangista, etc. De esta forma, el poeta va tejiendo como una chompa poema tras poema, hilvanando las ideas a través de un cordón o hilo de plata emocional (¿vital?), donde no se le es permitido a sí mismo dolerse, hay una tarea mayor y es la de filmar o pintar el dolor de su tiempo, continuar con la ruta trazada por los dioses, caer y volver a levantarse como el mito de Sísifo que Ildefonso arrastra, casi a patadas, desde el mítico Apolo al río Rímac, cuya braveza ha sido desmerecida, travestizada y ubicada en un plano de heterodoxia “homosexual” –por decir lo menos, y tratar de entender qué se entiende por “río homosexual”-, da y recibe en un feed back constante y mántico (acaso no se le pide a los brujos y pitonisos una visión sine qua nom de libertades sexuales donde el don de la magia se alcanza a través de lo prohibido. El río ya no es el maestro, ahora es el pupilo descarrilado, incoherente que ya no transporta más agua, sino mierda: la mierda del mundo, la mierda del mundo que se va a la mierda) y se pierde en un quejumbroso dolor de la ciudad catastrófica, pues la subversión ad literae es todo lo que posee el escritor para sacudir el árbol roñoso de una sabiduría casi bíblica o salomónica que no dirá nada ni dejará caer sus jugosos frutos en la boca seca de los desesperados y caídos en desgracia karmática (¿el dolor es el pago de lo errático? La respuesta es más controversial de lo que se cree y excede este pequeño artículo).
Miguel es el poeta de hierro galvanizado de la generación del noventa, ha sabido asumir su compromiso con el Logos, pocos son los de su generación que hayan intentado la afirmación constante y efervescente de la palabra (la perfección como ilusión, es la verdad que se devela al trabajador permanente); de esta forma el poeta se “desmorona”, se arma y rearma, se inventa y reinventa, a veces avanza a tientas como si sólo la luz de su conciencia lo alumbrara y le mostrara el camino dentro de una cartografía o plan de vuelo que no tiene trazos y cual pellejo ajeno amenaza con cubrirnos y cegarnos. La brújula sigue siendo algo tan simple y lato como la curiosidad (Acaso no fue de esta forma como se descubren los placeres epicúreos o cireneicos: yo sé cómo brilla la ventana cuando te poseo cuando algo de mi subconsciente se pasea desnudo por el cuarto del hotel. ¿y mi retrato? Me tapaste los ojos para no ver tu cicatriz “pero yo te encontré tres cuadras más allá” y era una protuberancia recta de carne y piel sobre un vientre oscuro como sol las noches cuando de pronto brilla la ventana. ¿ya? ¡voltéate¡).
Por ratos, en estos Desmoronamientos hay una entidad que toma posesión en Miguel, y es (perdonen mi alejamiento momentáneo del clásico Dante-Virgilio-Sófocles-Petrarca-etc., y mi oblicua “formación” religiosa y anticatecúmena) la de Juan, al que no pudieron quemar en las hogueras romanas, el que aguantó tres veces los azotes con látigos de cilicio y el que escribió alucinado, desde la Isla de Patmos, ese libro profético y misterioso: El Apocalipsis, también llamado “Las Revelaciones de Juan”. Observo en estos “Desmoronamientos” una visión de batiscafo invertido, no es que suba el mirador, sino que el mirador de naturaleza estereoscópica se entierra y se hunde en el tiempo que pertenece, de esta forma Juan-Miguel levanta sus propias profecías, sus oráculos, tropieza con la realidad tumefacta, da circunvoluciones (que vienen desde los clásicos hasta sus contemporáneos) esgrime su palabra con el fin de sobrevivirse a sí mismo o a sus experiencias en un mundo que no admite errores, sí la constante experiencia, y de ello todo lo que llamamos evolución o la tendencia a una perfección (“homus novis”, ya Mariátegui hablaba del “Alma Matinal” o el espíritu rebozante y recién venido a una naturaleza hostil) que nos puede ser ajena o contraria. Mientras tanto la poesía o la gnoseología de la poesía trasunta y se teoriza a sí misma y se concibe (o la concibe el poeta) como: juntar palabras como ladrillos. he ahí mi realidad. la poesía es caminar por lima. entrar a los cines a las cantinas. sentarse en los muros o echarse en los parques. en quilca mirar los libros. encender un cigarrillo esperando a elanor. sentir los latidos de las moscas sus respiraciones. recibir a la noche con una serena meada: si ella no llega (ella no ha llegado) surgir por colmena atestado de voces como ratas. luces colgadas de sangre petrificada: mi sustancia es el sentido de estos cables arroyos de angustia en los ojos. ojos & ojos & ojos. lamidas las tinieblas bajo el vuelo del avión que miro detenido en medio de la avenida: todos los viajes que he perdido. (pág. 27).
En relación a sus otros libros, a pesar que, según cuenta el mismo autor, este libro fue escrito a inicios de los noventas, en los “Desmoronamientos Sinfónicos” hay una pérdida de las formalidad poética, es decir el uso de la prosa y la ausencia de mayúsculas y signos de puntuación, salvo los puntos usados mayormente para comprimir o abreviar nombres, nos entregan una “reducción” del mundo (el mundo es el Logos, luego Logos es el mundo), es como si el lenguaje no tuviera que esforzarse para “captar” una realidad que no se esfuerza por ser mejor y que nos conduce al eterno sufrimiento de la vida. En cada poema hay como un deja vú (un retorno al momento en que se perdieron las cosas: ¡criaturas bestias desnudas de carnes rosadas aquí me teneís en cuerpo y sin alma soy vuestro largamente pesado en la balanza soy quien quemó vuestros primeros pensamientos no dudeís en injuriarme ni en llevar mi sangre a sus bocas con estos versos!) que nos dice que el dolor se vive y se repasa, el pesimismo poético se entrega de esta forma a los modos “reduccionistas” (podríamos hablar de cierto minimalismo, siempre y cuando aceptemos en literatura esta expresión salida de las industrias y la mercadotecnia) que el poeta emplea para expresar algo que no necesita ser versificado, a lo mucho hay tres o cuatro poemas que usan el slash (/), quizás lo más importante sea el remate de textos (he contabilizado 117 poemas, separados uno de otro por dobles espacios), la arborescencia y el enraizamiento creativo con el fin de transmitir y aceptar la caída, la derrota del poeta frente a lo cotidiano porque, como él lo afirma, aquí no hay nada: solo un hombre triste condenado a su cuarto con una ventana abierta a la noche. y afuera tampoco hay nada. una boca que soltó palabras. a lo más una pantalla de televisor o la noche entrando por la ventana. porque aquí no hay nada. aquí no hay definitivamente nada.
Discrepo con los que piensan (después de las sumas y las restas ¿?) que este libro está por debajo de sus otros textos, creo yo que es por razones de ordenamiento, de “formas”, “apariencias”, más que de “fondos”, pues, aún cuando se emplee la palabra “Sinfónico” (y aún cuando exista un poema con el título de “figura y máscara. sinfonía n 17, op.21”, pg. 14) aquí no hay un opus que nos hable de un intro……ni de allegros, minuetos…. Leamos este “soliloquio de j.s. bach”: viajas por el don supremo de la palabra, una luz que anuncia lo irreal en nuestras mitades y la mitad de una mujer parada en la esquina. volteamos por esta calle, las paredes se derrumban y toda la poesía no es otra cosa que política. si me detengo no voy a ninguna parte y si cruzo la pista estoy en el mismo lugar. estamos solos_me dice la mujer. en todo he encontrado nada. las hierbas crecen en invierno. Allí la rama era verde y el agua que caía se renovaba sin embargo la muerte estaba en el movimiento invisible de la luz: un corazón que va muriendo es ver algo de neblina o ver simplemente algo. ya no tener un corazón también es la tierra húmeda o el lomo de un libro. fierros oxidados. algo es el corazón. etc.
Como vemos y por el contrario, hay un desdén por los artificios poéticos, por las numeraciones, los índices, etc. la “sinfonía” es cruda, más cercana a las estridencias de una voz marginal negada a la mesocracia snob y más cercana a los migrantes (¿Chacalón podría ser el símbolo?), o de una guitarra u otro instrumento musical que por ratos deja escapar ese tono vernacular y chichero cuya cercanías con el autor son conocidas por sus generacionales (José Pancorbo, quien toca el arpa y participa de asociaciones de danzantes de tijera, ha sido un buen compañero de estas experiencias et orbis en el mundo secular de la desaparecida “carpa Grau. Mesías Evangelista fungió también de Virgilio alguna vez). Leamos parte de la bitácora del poeta en sus rutas o caminos interiores donde las estridencias pueden salir por igual de espacios de relativa sordidez de pasiones alquiladas como de espacios netamente populares, chicheros o catárticos, donde por igual hay una asociación de “perturbación” de los sentidos tan necesarios en estos tiempos de estrés y atomización libremercadista (no olvidemos nunca que el artista necesita refrendarse en la práctica y muchos creen sentir en el sexo la presencia de dios o de una liberación que lo real-concreto no ofrece, al final el poeta se agranda y crece acromegálicamente ante la adversidad); el texto corresponde al título “excessus mentis”: en colmena o en lampa un orgasmo infinito como un nacimiento vagar en la noche buscando un destino av. grau o camaná otro orgasmo secreto como la humedad un sueño no es más que un sueño ver no significa ser ver es sentir lo que la realidad te ordena escribir es hacer estas cosas olvidar y volver a lo que se debe escribir un paisaje donde he de morir una tarde soleada donde he de morir un camino largo donde he de morir una muerte en pleno silencio donde he de morir junto a la mala hierba. (pág. 47).
Finalmente, esa libertad con la que Ildefonso construye su “desmoronamiento” sirve para abarcar temáticas y recursos literarios que licencian su particular poética; es posible que, por ratos –para los lectores acuciosos y para los críticos sesudos-, haya una pérdida de brújula, un leve mareo, un ligero desliz que podría interpretarse como un poner el piloto automático ante un hecho inusitado que es la misma escritura, sobre todo cuando lo verbalizado es un mundo que cambia rápidamente y donde el lenguaje no se detiene y nos avisa constantemente de su evolución. Felizmente la experiencia de Miguel Ildefonso lleva a buen puerto este libro: ha llegado la noche haciendo inútiles los sueños. hemos dormido alentados por los cabellos de una hembra. ella no duerme a esta hora solo busca un poco de calor y ebriedad. largos son los caminos que llevan al amanecer. todos nos hemos envueltos con nuestras pieles húmedas y la tibieza de los gatos que nos esperan en las esquinas. las fragancias acules de los faroles. el ondulante fluir de las brisa marina. ese cielo que parece un hotel las llaves que se pierden en la nada de la noche el dolor siempre el dolor, un cuarto el reloj la mesa donde una vela se derrite. nuestra inutilidad y nuestro goce derretidos. pero no me dejes solo esta noche. no me dejes solo frente a este papel en blanco (pág. 48).
Título: Los desmoronamientos sinfónicos
Autor: Miguel Ildefonso
Editorial: Hipocampo editores
Autor: Miguel Ildefonso
Editorial: Hipocampo editores
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